
Bajo la sombra de gigantes
Cuando se habla de cine de samuráis, el cine de Akira Kurosawa es lo primero que viene en mente. Al fin y al cabo, películas como “Los siete samuráis” (1954) o “Yojimbo” (Akira Kurosawa, 1961) han sido una gran influencia para el cine occidental. No obstante, si se profundiza un poco más en la historia del cine japonés, salen varios nombres menos populares, pero igual de interesantes. Hideo Gosha sería uno de ellos, quien empezaría su trayectoría cinematográfica con “Tres samuráis fuera de la ley” (1964).
La premisa es la siguiente: un grupo de campesinos oprimidos por impuestos abusivos secuestra a Aya (Miyuki Kuwano), la hija del MagistradoMosuke (Hisashi Igawa), para exigir justicia. Por designios del azar, un samurai vagabundo, Sakin Shiba (Tetsurô Tanba), que en esos momentos ronda por la zona, decide ayudarlos en su misión. A lo largo de la historia, conseguirá dos aliados más: Einosuke Kikyo (Mikijirō Hira) y Kyojuro Sakura (Isamu Nagato). Así, el trío de samurais hará frente a las fuerzas del magistrado.

Empezando por todo lo alto
Estrenada en 1964, marcó el debut cinematográfico de Hideo Gosha. Un director que más adelante se posicionaría como uno de los grandes renovadores del cine de samuráis en Japón. Aunque “Tres samuráis fuera de la ley” bebe de las convenciones del jidaigeki (cine de época japonés), Gosha propone una relectura cruda, violenta y crítica del género. Sitúa en el centro del relato a figuras marginales, tanto sociales como morales. Aquí no hay gloria, ni grandes discursos: hay polvo, sangre, y una lucha desigual que desmitifica el heroísmo tradicional.
A pesar de esos toques más sobrios, en la película queda lugar para varios momentos llenos de humor. Hay un juego de tonos que demuestra la buena mano de Gosha como director. Hace malabarismos con los géneros y los funde en uno solo, todo ello en unos reducidos 95 minutos.
Otro de los grandes logros de la película es cómo Gosha crea tensión narrativa con crítica social sin caer en subrayados. La cámara de Gosha es precisa y dinámica. Utiliza encuadres cerrados en interiores para subrayar la claustrofobia del poder feudal, y planos amplios en exteriores para dar espacio a la acción y al movimiento de los personajes. El montaje ágil, de sensibilidad occidental, sería un ejemplo de lo que tendría que venir para el resto de la filmografía del director.

Un estilo seco y austero
La puesta en escena de “Tres samuráis fuera de la ley” es elegante. Ya sea en las escenas de lucha o en las secuencias más descriptivas donde se refleja la miseria de unos y la crueldad de otros. Por otra parte, la iluminación juega muy bien con las sombras y los contrastes. La fotografía de Tadashi Sakai permite que unos pocos rayos de luz iluminen las espadas, los rostros o las heridas.
La violencia, por su parte, es seca y directa. No hay coreografías trabajadas, pero sí movimientos precisos. Los combates no están pensados para el deleite visual, sino para mostrar la brutalidad de un estilo de vida donde la espada sustituye al diálogo. Es posible que este tono más sucio y áspero fuera clave para que Gosha no gozara de la misma popularidad que Kurosawa. Además, su estilo visual es más rápido y violento. Quizás más parecido a lo que se vería a partir de la década de los 90, y menos parecido al clasicismo formal mostrado por Kurosawa.
La música, sobria pero efectiva, acompaña los momentos clave sin robar protagonismo. La dirección artística logra construir un mundo creíble, con detalles que aportan autenticidad y ambientación. Las localizaciones, muchas de ellas rurales y polvorientas, enfatizan el contraste entre el poder burocrático (representado en edificios rígidos y ordenados) y la vida del campo, marcada por el caos y la necesidad.

Un giro a la figura del samurái
La figura del samurái errante no es nueva en el cine japonés. Sin ir más lejos, ahí está el díptico formado por la ya mencionada “Yojimbo” y “Sanjuro” (Akira Kurosawa, 1962), cuyo protagonista fue interpretado por el legendario Toshiro Mifune. En “Tres samuráis fuera de la ley”, Shiba no es ninguna figura heróica. Se trata más bien de un personaje curtido y cínico, que entiende la violencia como un medio, no como algún tipo de fin. En la película, Gosha retrata a los samuráis como piezas de una maquinaria que ni siquiera entienden. De ahí los distintos motivos por los que cada uno de los tres samuráis que dan título a la película terminarán uniéndose para un mismo fin.
Aunque la película sigue una estructura clásica, con una introducción, desarrollo y clímax bien definidos, su desenlace evita el cierre complaciente. No hay triunfo absoluto, ni transformación total. Lo que queda es una sensación agridulce: se ha logrado algo, pero a un precio alto. La lucha ha tenido sentido, pero no ha sido redentora. Es un final que rehúye el mito y abraza la realidad.
La resolución (o más bien evolución) del conflicto, que inicialmente enfrenta a tres campesinos con su señor, brilla por la calidad de su guión. El buen trabajo de creación de la atmósfera se ve igualado en este sentido por el trabajo narrativo. Éste dedica tiempo y recursos en desarrollar y cuestionar la oposición a los poderes.

Lucha contra el poder
Gosha demuestra su gran habilidad como cineasta al moverse sin problemas entre los distintos tonos. También en el desarrollo de sus protagonistas y sus ambiguas relaciones, llena de tiras y aflojas; y, por último, en la realización de sus interesantes escenas de acción. Confiere al conjunto un ritmo ágil apoyada por la suntuosa fotografía en blanco y negro.
En resumen, “Tres samuráis fuera de la ley“ es una obra que, desde su aparente sencillez, propone una mirada crítica sobre el poder, la violencia y la posibilidad de cambio. Su estilo visual y honestidad narrativa la convierten en una pieza clave dentro del cine japonés de los años 60, y de las mejores ofrecidas por el género.