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El gran silencio (Sergio Corbucci, 1968)

27/07/2015
El gran silencio imagen destacada

Westerns vs spaguetti westerns

El western fue el género de cine americano por excelencia durante mucho tiempo. Con él, los cineastas de América podían narrar una etapa histórica representativa de su nación. Quizás por esto se solía plasmar el “salvaje” oeste de un modo romántico, con vaqueros, forajidos y toda una galería de personajes hoy en día conocidos; que idealizaban la vida en aquellos tiempos. Se consideraba que solamente ellos podían realizar westerns, y cuando algún país extranjero se atrevía a tocarlos tenían una recepción fría por gran parte de la prensa del nuevo continente. “Spaguetti western” es el término vejatorio que se le dio a los westerns rodados en Italia. Y no sería hasta el estreno de “Por un puñado de dólares” (Sergio Leone, 1964) que se empezaría a tomar en serio a este tipo de producciones.

El director italiano asentaría algunos de los rasgos habituales del sub género como el uso de una violencia sin concesiones, la presentación de una realidad cruda; o la música como protagonista, la dilatación del tiempo o un carácter general artificioso e incluso burlesco. Son elementos que distanciarían las producciones americanas de las italianas. Sin embargo, el factor más diferenciador sería la visión amarga de lo que el lejano oeste se suponía que fue. Se retrataba como un pasado distópico, lejos del romanticismo de los americanos. Sergio Corbucci realizaría “El gran silencio” llevando estos elementos a una cota devastadora.

Jean-Louis Trintignant en El gran silencio
Jean-Louis Trintignant en El gran silencio

El gran silencio: una historia de venganza

La película es en realidad una simple historia de venganza. La acción nos traslada a un pequeño pueblo llamado Snowhill, cuyos habitantes se ven forzados a robar debido a las duras imposiciones del cacique local. Es un pueblo que se rige por la ley del más fuerte. Su comunidad vive ajena a la protección exterior en una América cambiante donde la civilización está devorando los últimos reductos de las leyendas y costumbres del lejano oeste. Es un este contexto que Pauline Middleton (Vonetta McGee) verá cómo un despiadado pistolero conocido como Loco (Klaus Kinski) asesina a su marido. Para vengarse, contrata los servicios de Silencio (Jean-Louis Trintignant). “El gran silencio” se podría considerar consecuentemente un western crepuscular, caracterizado por historias en las que el cowboy ya no tiene cabida en un mundo más “civilizado”, como nos mostraría John Ford en la excelente “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962).

Lo primero que resalta en esta película es el hecho que Corbucci sustituye los yermos inmensos por la dureza del invierno y sus paisajes nevados. “El gran silencio” narra una historia pesimista, trágica; una en la que ni lo épico, ni mucho menos los héroes, tienen cabida. Aunque es innegable el carácter arquetípico de los personajes -habitual en estas producciones-, sobresale la profundización dramática que se les da, pues ellos son víctimas de los duros días que les han tocado vivir. Si los pueblerinos roban es porque no tienen otra vía de subsistencia, del mismo modo que Silencio solo decide ayudar a Pauline cuando ésta contrata sus servicios.

Klaus Kinski en El gran silencio
Klaus Kinski en El gran silencio

Mi nombre es Silencio

Silencio, cuyo nombre real permanece en las sombras, es un personaje al que le sigue un halo misterioso. Es un antihéroe. Se cuestiona su moralidad en más de una ocasión ya que mata a cambio de dinero –como todo cazarrecompensas-; pero lo que lo diferencia de los villanos es que no se regodea de sus asesinatos ni disfruta de los baños de sangre. Para él matar es un acto elegante y preciso, acertando cada tiro con una parquedad por otra parte siniestra. Jean-Louis Trintignant lo interpreta con la calma y frialdad que le caracterizan.

Es raro ver un asomo de sentimiento cruzar su rostro. Esto y su imperturbabilidad y silencio perpetuo lo convierten en un fantasma vagabundo que erra por los invernales paisajes montañosos. Al otro lado del espectro tenemos a otro personaje del que solo sabemos su apodo. Se trata de Loco, muy bien interpretado por Klaus Kinski. Es un personaje tan inteligente como despiadado. No muestra ningún tipo de escrúpulos cuando se trata de hacer sufrir a sus víctimas o de manipular a sus adversarios, y no dudará en poner en jaque a todos aquellos que se crucen en su camino.

Imagen de El gran silencio
Imagen de El gran silencio

Les espacios de El gran silencio

Visualmente destaca el diseño de fotografía y la ambientación. Los exteriores fríos y bastos de la montaña contrastan con unos interiores oscuros y cerrados. Ambos son reflejo de la historia. Por fuera se exteriorizan los sentimientos animales de los humanos, mientras que por dentro las leyes retorcidas del pueblo de Snowhill oprimen a su pequeña comunidad. Hay en ello un tono realista de la narración, pues el director no tiene miramientos a la hora de suavizar la historia ni sus imágenes. El tono cae preso de una desazón que se apodera de la historia desde el primer minuto y solo lo suelta al final para hundirla en un pozo abismal.

Por otra parte, Corbucci planifica con elegancia. No muestra miedo a utilizar unos notorios zooms que se convierten en estilo propio –sello también de los spaghetti western-. Decide rodar la violencia sin heroicidades para realzar la frialdad del acto. Además, tiende a dilatar el relato cuando lo cree necesario con un ritmo pausado pero nunca lento. Aunque es también habitual en el subgénero, en ningún caso llega a los extremos de obras como “Hasta que llegó su hora” (Sergio Leone, 1969). Por su parte, Ennio Morricone se encarga de la banda sonora. El maestro cambia sus lirismos habituales por una partitura sobria y atmosférica que dibuja la desazón que se huele en toda la película. Como siempre en sus trabajos, la música es brillante y se convierte en un personaje más de la historia.

El gran silencio, de Sergio Corbucci
El gran silencio, de Sergio Corbucci

Un western muy recomendable

En conclusión, «El gran silencio«, puede ser uno de los spaguetti western más especiales del género. No está libre de problemas, pues tiene un guión al que bien le habría beneficiado una o dos revisiones. Sin embargo, sobresale por un buen desarrollo de la historia y una visión del western todavía más salvaje que lo presentado en el anterior film de Cobucci, “Django” (1966). Además, tiene una dirección clara, con un retrato de la época de lo más oscura. Por eso, no podemos hacer más que recomendarla por todo lo alto.