Mi nombre es Leone
Sergio Leone crea con “Por un puñado de dólares” un remake de “Yojimbo” (Akira Kurosawa, 1961), cambiando toda la iconografía y misticismo samurái por la del lejano oeste. Cuando un misterioso cowboy (Clint Eastwood), cuyo nombre imaginamos que es Joe, porque así le llama un personaje en un único momento de la película; llega al pequeño pueblo de San Miguel, lo que busca es un poco de dinero para su bolsillo. Sin embargo, a medida que avanza la película verá cómo cambian sus motivaciones hasta convertirse en una especie de héroe liberador, aun poniendo su vida en peligro.
Leone no solo consigue crear un remake con entidad propia, si no que asienta base con un estilo visual muy propio de su director que evolucionaría hasta culminar con “Hasta que llegó su hora” (Sergio Leone, 1968). Con esto, otorga fama mundial a lo que se conoce como spaghetti western, que no deja de ser westerns europeos rodados durante las decadas de los 60 y 70. A pesar de su bajo presupuesto, el director se las apaña para dar a la película unos valores inmensos gracias a una excelente planificación y puesta en escena y un trabajo de sonido de lo más cuidado.
Leone apuesta por un ritmo pausado pero medido que funciona perfectamente en las violentas escenas de acción y te introduce ideas en unos encuadres cuidados hasta el milímetro. Mención también al excelente montaje. La cadencia acompaña las imágenes de un modo que cualquiera pensaría que se trata de la obra de un director primerizo como lo era Leone por aquél entonces.
La historia de la aldea en Por un puñado de dólares
Más que esos aspectos puramente formales, lo que realmente destaca en la película es el mundo retratado por el director. Lejos quedan los westerns románticos producidos por Hollywood. Aquí el oeste es presentado como un páramo vil en el que sus habitantes no tienen pudor alguno en pegar a las mujeres o disparar a niños. Lo que sobresale por encima de todo es una absoluta falta de moralidad.
Los personajes que habitan el pueblo sufren los efectos de su precaria situación. Todos ellos presentan un aspecto general desagradable. Tienen unos rostros sudorosos, morenos por un sol cegador, y unos rostros tan peculiares que resulta fácil distinguir cada personaje. Así, en el cine de Leone es especialmente importante el uso de los primeros planos. Los utiliza para provocar tensión, los utiliza para retratar toda una civilización perdida en medio del desierto. Así, con la imagen se da más información que cualquier otro dialogo.
Además, también los utiliza para dejar claro quién manda en el pueblo protagonista. Igualmente importantes son los silencios, recurso que suele jugar junto a los primeros planos. Especialmente en el caso de Clint Eastwood. Este papel fue el que lo catapultó a la fama, y no falta razón. Su personaje aquí es sinónimo de dureza, con una mirada que mata más fácilmente y rápidamente que su propio revolver.
El hombre sin nombre
El personaje realmente es muy simple: es un personaje misterioso y silencioso, pero imbatible en un duelo. Es el más rápido de la película, y probablemente del universo creado por su director. No sabemos nada de él ni tampoco hace falta. Es una figura que simplemente pasa por allí para llenar la pantalla y cambiar el esquema general de la situación, casi como si fuera una presencia de otro mundo. Eastwood ayuda a crear un personaje antológico que simplemente no puede tener otro rostro.
Rompe también con el esquema clásico del cowboy. En «Por un puñado de dólares» nos piden que conectemos con un anti héroe amoral que mira imperturbable cómo unos bandidos disparan hacia un niño, y después juega con los dos bandos que asedian el pueblo para conseguir algo de dinero. Cabe mencionar también a Gian Maria Volontè como Ramón Rojo, el líder de uno de los bandos. Tiene una presentación memorable que deja poca duda de que posición ocupa en la historia. Es claramente el líder de un grupo secundado por sus dos hermanos que le protegerán hasta el final. Contrasta su carácter explosivo con aquél más contenido del personaje de Eastwood.
Empieza también aquí una mítica colaboración con el compositor Ennio Morricone. La música se convierte en un protagonista de la historia y del drama. Crea tonos que juegan a aumentar la tensión en las imágenes, a dramatizar algunos momentos y a crear un mundo sonoro perfectamente acorde con el tono minimalista de la producción.
El nacimiento de un mito en Por un puñado de dólares
“Por un puñado de dólares” es una de esas películas que el tiempo ha puesto en su lugar. Vilipendiada por la crítica, fue objeto de burla por el hecho de ser una película italiana tratando un género americano. Se confundió su obvia falta de presupuesto por un producto menor dentro de un género tan saturado como lo es el de los superhéroes hoy en día. Tal fue su éxito que Leone dirigió dos películas más con el mismo personaje: “La muerte tenía un precio” (1965) y “El bueno, el feo y el malo (1966)”.
Con estas se va perdiendo la crudeza de “Por un puñado de dólares” pero gana en cuanto a perfección formal. Con esto, nos encontramos con una pieza singular, una rareza en su increíble aspecto visual creado a partir de pocos recursos. Se le puede criticar algunas decisiones de guión, unos diálogos a veces pobres y algún detalle de trabajo de cámara no muy acertado. Pero de lo que no cabe duda es que ésta es una película de una gran importancia histórica que nadie debería perderse.