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Excalibur (John Boorman, 1981) | Crítica

12/01/2025
Excalibur imagen destacada

La leyenda definitiva

Pocos mitos han generado tanto tanto interés como el del Rey Arturo. Recopilado por Thomas Malory en la antología “La muerte de Arturo” (1485), no solamente ha generado diversas revisiones literarias a manos de distintos escritores, siendo una de las más famosas “El rey que fue y será” (T. H. White, 1938-1977); si no también múltiples adaptaciones cinematográficas de distintas índoles. Desde el prisma infantil como en “Merlín el encantador” (Wolfgang Reitherman, 1963). Versiones bajo un punto de vista más realista -“El rey Arturo” (Antoine Fuqua, 2004)- o propuestas centradas en alguno de sus personajes secundarios -“El caballero verde” (David Lowery, 2021)-. Sin embargo, es posible que ninguna de ellas haya abarcado la magnitud de la leyenda de un modo tan integral como ésta “Excalibur” del cineasta británico John Boorman.

Así, en apenas 140 minutos, “Excalibur” narra los altibajos del reino de Inglaterra desde antes del nacimiento de Arturo (Nigel Terry), hasta alcanzada su madurez. Pasando por su tutela bajo la sabiduría de Merlín (Nicol Williamson), su matrimonio con Ginebra (Cherie Lunghi), y el cruce de caminos del rey con dos nombres tan importantes para la mitología como son Lanzarote del Lago (Nicholas Clay) y Morgana (Helen Mirren).

Fotograma de Excalibur
Fotograma de Excalibur

Abarcando lo inabarcable

El relato escrito por Mallory no solamente abarcaba el ascenso de Arturo al trono de Inglaterra, si no también las peripecias de los distintos caballeros que forman la famosa Mesa Redonda. Son aventuras de todo tipo, y de distintas intenciones: establecer la paz a lo ancho y largo de las tierras del rey, o cruzadas místicas en busca de artefactos cristianos. Todo esto sumado a los conflictos puramente personales de los personajes que, no por su carácter más íntimo, tienen menos peso en el devenir del futuro de Inglaterra. Todo lo contrario. El texto de la película se esfuerza en remarcar como la vitalidad del rey está intrínsecamente relacionada con la vitalidad del reino que intenta gobernar. Un gobierno, además, regido ante tres máximas: paz, bondad y humildad.

Boorman, junto al guionista Rospo Pallenberg -colaborador habitual del director-; optan por un trabajo de síntesis narrativa para poder condensar los puntos importantes de la leyenda original en el ajustado metraje del que goza la película. Para ello, se opta por la habilidad del director de generar sensaciones y emociones basadas en las poderosas imágenes de la película; en lugar de un desarrollo narrativo más académico. Dicho de otro modo, aunque los personajes sufren cambios importantes a lo largo del film, no hay tanta preocupación en el desarrollo dramático de estos, como en cómo las distintas piezas impactan al conjunto general de la historia.

Aunque ello confiere seguramente un acabado irregular en algunos tramos de la narración, se trata de una decisión seguramente acertada, pero también arriesgada. Una decisión fruto de una época del cine más atrevida en sus formas y contenidos.

Nicol Williamson es Merlín
Nicol Williamson es Merlín

Una ópera medieval

Boorman puede pecar de una puesta en escena algo televisiva en varios puntos del metraje. Abusa de planos medios y primeros planos para narrar la historia. Parece abrir plano únicamente cuando la acción toma las riendas de la narración o para lucir los increíbles decorados. Una vez pasados los puntos mejorables de sus labores como director, todo lo que queda raya la excelencia. La apuesta del conjunto de narrar una historia, no de personajes, sino de mitos y leyendas en un reino termina siendo todo un acierto. Boorman opta por un tono sobrio y terrenal a pesar de los apuntes fantásticos otorgados sobretodo por el mago Merlín.

La película es brutal y contundente cuando el momento lo pide, pero también es bella, melancólica y terrorífica. A lo largo del metraje pasan por pantalla escenas de gran belleza poética, con un tono fabulístico apropiado para una leyenda tan extensa y compleja como la que se intenta abarcar aquí. Todo el esfuerzo permite a “Excalibur” conseguir una dimensión operística, magnificada por su sublime banda sonora.

Arturo (Nigel Terry) y Ginebra (Cherie Lunghi)
Arturo (Nigel Terry) y Ginebra (Cherie Lunghi)

Recreando un mundo remoto

El músico Trevor Jones hace una mezcolanza de temas originales con óperas clásicas de Richard Wagner y Carl Orff. De este modo, en la banda sonora se encuentran temas propios tan buenos como “A Challenge to Honour”, “Quest for the Holy Grial” o “The Land and the King”; como versiones de clásicos como “Götterdämmerung (Twilight of the Gods)” -de la ópera de “El anillo de los Nibelungos” (Richard Wagner, 1848-1874), en el tema “The Death of Arthur”; o “Parsifal” (Richard Wagner, 1882) en el tema homónimo “Perceval”. En general, su trabajo original tiene un matiz inmersivo, para ubicar el sonido en las cortes medievales. El peso dramático de la música recae esencialmente en la brillante selección de clásicos de los mencionados Wagner y Orff con su “Carmina Burana” (1935-1936).

Además de todo ello, hay en la imagen un gusto estético muy bueno. La película se sirve de todos los elementos visuales a su alcance. Esto es, el diseño de producción de Anthony Pratt, los decorados de Bryan Graves o el vestuario de Bob Ringwood. Como suele pasar en este tipo de producciones, ayudan a sumergir al espectador en un mundo muy diferente.

Imagen de Lanzarote del Lago (Nicholas Clay) y Arturo
Imagen de Lanzarote del Lago (Nicholas Clay) y Arturo

El legado de “Excalibur

A modo anecdótico, resaltar que por “Excalibur” pasaron varios jóvenes actores con una futura trayectoria estelar. A contar: Helen Mirren, Liam Neeson, Gabriel Byrne, Ciaran Hinds o Patrick Stewart. Un puñado de nombres que redondean un reparto donde sobresale sobretodo el siempre carismático Nicol Williamson. Actor inglés que tendría la suerte de interpretar a otras figuras claves de la cultura popular inglesa. Nada menos que a Sherlock Holmes en “Elemental, doctor Freud” (Herbert Ross, 1976), y a Little John en “Robin y Marian” (Richard Lester, 1976).

Excalibur” se erige como una película imprescindible, y seguramente se la pueda etiquetar como la película definitiva sobre un mito fundacional. Sin duda, fruto de la labor de un director de filmografía imprescindible, con ganas de salirse de las pautas más academicistas del séptimo arte. Cuesta imaginar cómo no ha podido ser influencia para futuros cineastas como Peter Jackson, Zack Snyder o George Miller en algunos de sus títulos más populares.