
Si esperas una película de Dragon Ball Z similar a las que estamos acostumbrados, con Goku y compañía enfrentándose a un super villano que amenaza con destruir la tierra y a todos los que habitan en ella, con combates frenéticos y llamativos, ataques que colisionan y hacen temblar al planeta entero, y un personaje que se erige como salvador en el último minuto, como en las historias originales de Akira Toriyama, es más que probable que al final de la historia de «Dragon Ball Z: La batalla de los dioses«, de Masahiro Hosoda, te quedes con un sabor agridulce y con la sensación de que no ha pasado nada destacable.

Dragon Ball Z, unos años más tarde
El hilo conductor de la aventura, como siempre, es Goku, pero en esta ocasión es el «malo» de la película quién se erige como el gran protagonista de la trama, que empieza y acaba con él. Y es que a pesar del evidente y sorprendente terror que Bills, el Dios de la Destrucción, infunde a todos aquellos que lo han conocido, el presentimiento de una inminente catástrofe queda diluido entre unas secuencias de lo más cómicas que predominan a lo largo de la historia y que logran dejar en un segundo plano cualquier tensión entre los personajes y rebajar la trascendencia de los combates hasta la mínima expresión.
A pesar de ello, resulta extraordinariamente agradable ver a los personajes que nos han acompañado durante tanto tiempo, juntos de nuevo y comprobar como los años van pasando poco a poco en ellos.
Destaca sobremanera Vegeta, tanto por su naturaleza guerrera, que siempre acaba explotando cuando logran enojarlo, como por sus «sorprendentes» maniobras de distracción ante el enemigo… Hay que verlo para creerlo…

Más humor que acción
En definitiva, «Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses«, si bien luce un título que parece premonitorio de un combate épico, va sobrada de momentos cómicos e impensables y te deja con ganas de más acción; pero el mero hecho de vivir una nueva aventura de Dragon Ball ya es motivo más que suficiente para no perdérsela.