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El chico y la garza (Hayao Miyazaki, 2023) | Crítica

15/07/2024
El chico y la garza imagen destacada

La obra de toda una vida

Sorprende ver como, en los últimos años, varios directores han realizado obras centrándose en su vida. Ahí tendríamos “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018), “Belfast” (Kenneth Branagh, 2021) o “Los Fabelman” (Steven Spielberg, 2022). Películas hechas en unos momentos en la vida de sus directores cuando, en realidad, todavía les queda mucho por vivir. Desde que Hayao Miyazaki terminara “El castillo ambulante” (2004), el cineasta japonés ha estrenado varias películas en las que ha ido introduciendo cada vez más elementos autobiográficos. Primero sería en “Ponyo en el acantilado” (2008), luego “El viento se levanta” (2013); y sería ahora, en su última película, cuando el genio empieza a hablar sobre sí mismo de un modo más directo. “El chico y la garza” (2023) se puede considerar un compendio tan reminiscente de toda su obra, como diferente en el modo de plasmar sus ideas.

La historia se centra en el pequeño Mahito (voz de Soma Santoki en VO / Jon Samaniego en VE). Tras perder a su madre en un incendio, se traslada junto a su padre en la casa de campo de su tía. En el bosque de los alrededores, el niño descubre una misteriosa torre abandonada. Al mismo tiempo, un extraño pájaro, una garza, parece decidido a comunicarse con él. Del descubrimiento a la revelación, Mahito no sólo penetra en la enigmática torre, sino que se sumerge en un extravagante mundo paralelo.

Fotograma de Mahito y la garza
Fotograma de Mahito y la garza

Sintetizando toda una filmografía

¿Por qué son tan fascinantes las películas de Hayao Miyazaki? Más allá de la precisión y riqueza de la animación, la clave de su misterio puede residir en los fantásticos viajes que emprenden las historias, tras los cuales los personajes ven con nuevos ojos el mundo que han abandonado.

En el transcurso de una vertiginosa odisea en la que el joven Mahito atraviesa una serie de umbrales, niveles y portales, Miyazaki ofrece en “El chico y la garza” -como ya hiciera en “El viaje de Chihiro” (2001)- su propia versión de “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (Lewis Carroll, 1865), entrelazando varios universos. El cineasta despliega un imaginario rico y heterogéneo en el que revisita sus películas anteriores y rinde homenaje a sus influencias. Mezcla por el camino diferentes estilos y técnicas de animación (incluidos algunos elementos animados en 3D: un suelo que engulle a los personajes o una roca que levita).

Imagen de El chico y la garza
Imagen de El chico y la garza

Rebosante de imaginación

En “El chico y la garza”, Miyazaki adapta libremente la novela “¿Cómo vives?” (Genzaburô Yoshino, 1937). No es raro que el director japonés acuda a obras para desarrollar sus películas desde su particular modo de percibir el mundo. A lo largo de su filmografía, Miyazaki siempre ha dejado claro cuales son sus preocupaciones, motivaciones y esperanzas. Sus discursos antimilitaristas, su posición pro ecología, su sueño de volar… En “El chico y la garza” se repiten todos estos motivos, pero nunca se perciben como redundantes. Más bien, se observan como bellas variaciones de aspectos vistos en las distintas películas realizadas hasta la fecha.

Visualmente, “El chico y la garza” es un encanto. Cada fotograma propulsa al espectador al mundo onírico del maestro de la animación japonesa. Los decorados son por momentos exuberantes y despejados. Durante el primer acto de la narración, la película opta por un tempo más pausado, contemplativo y melancólico. Se abraza un realismo y delicadeza en el detalle del entorno de la casa del campo donde se alojan los personajes. La naturaleza siempre ha gozado de vida propia en las películas de Miyazaki. Sin embargo, en esta ocasión el trabajo de animación goza de una sensibilidad, un lirismo, un toque propio; digno de alguien que ha dedicado su vida a perfeccionar el arte de la animación. Cuando la película entra en su sección más fantástica, la animación se vuelve tan colorida y vibrante como se recuerda en gran parte de su filmografía.

Por otro lado, también se observa una gran atención el detalle en los muchos momentos donde la garza titular hace acto de presencia. Especialmente durante su primera incursión en pantalla, de una belleza sobrecogedora.

Fotograma de la película
Fotograma de la película

Lo mismo de siempre, pero diferente

A pesar de todas las similitudes con las otras películas, “El chico y la garza” se diferencia sobretodo por tener un tono y estilo inusual en el resto de la filmografía de Miyazaki. En “El viento se levanta” ya se apreciaba un cambio hacia un mayor realismo y una cierta melancolía, especialmente en la relación entre su protagonista Jiro Horikoshi con Nahoko Satomi. Ahora, todo ello se refuerza, conformando una película completamente melancólica, triste y con un gran sentimiento de pérdida; pese a la sensación reconfortante con la que se cierra el relato.

Incluso la música de Joe Hisaishi -colaborador del director desde los días de “Nausicaä del Valle del Viento” (1984) se siente muy diferente. Lejos quedan las melodías coloridas y vivas de otras películas. Aquí encontramos un Hisaishi minimalista, dando rienda suelta a su instrumento predilecto: el piano. Lejos de considerarse algo parecido a un trabajo menor, la partitura de Hisaishi se alza como otro testimonio del también genio japonés.

El chico y el anciano
El chico y el anciano

Un relato testamentario en “El chico y la garza

En definitiva, “El chico y la garza” es una película riquísima y de múltiples interpretaciones. También más abstracta que de costumbre. En su condición ya de maestro consolidado, Miyazaki crea en la narración su propio alter ego para comunicar a las nuevas generaciones que encuentren su propio camino y se olviden de encontrarle un sustituto y de seguir su legado. Tanto en el arte como en la vida. El maestro sigue explorando su obra y la relación de esta con el mundo y, por extensión, nos obliga a hacer lo mismo con la nuestra.

La historia, onírica y poética, compleja y rica, destaca por su inteligencia y sutileza. Con sus metáforas sobre la guerra, la destrucción del medio ambiente y el paso del tiempo. Pero nunca cae en un discurso maniqueo o moralista. Se trara de una obra sobre la creación de mundos, la relación entre la ficción y la vida, la muerte y la vida. Diez años después de “El viento se levanta”, el cineasta de 82 años vuelve a demostrar su maestría.