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El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001)

27/06/2019
El viaje de Chihiro imagen destacada

Dirigida por… Hayao Miyazaki

«El viaje de Chihiro» es una de esas películas que no dejan indiferente. Para bien o para mal. Decir que fue el título que, junto a «La princesa Mononoke» (1997), popularizó el nombre de Hayao Miyazaki y, por extensión, el estudio de animación Ghibli a ojos del público occidental, y abrió las puertas a que se estandarizara un tipo de animación que antes, quizás, se consideraba de nicho, y que estaba definida por títulos más violentos como «Akira» (Katsuhiro Ôtomo, 1988), «Ghost in the Shell» (Mamoru Oshii, 1995) o incluso la serie de animación Dragon Ball; ya es decir algo sobre la repercusión del título.

Lo paradójico es que ni tan solo se trataba de la primera obra maestra del director japonés, ni mucho menos. Porque ya en 1979 debutó en la dirección de largometrajes con la excelente «El castillo de Cagliostro«, seguida en 1984 por su primera película dentro de Ghibli: la magistral «Nausicaä del Valle del Viento«.

Así pues, ¿que tiene de especial «El viaje de Chihiro«?

Chihiro
Chihiro

Entrando en la historia

Hay ciertas películas de las que se ha hablado tanto, y ya han sido objeto de tantos análisis, que cualquier intento posterior de crítica resulta redundante. Sin embargo, es precisamente por su condición de bastión ineludible para todo cinéfilo que se sigan escribiendo textos -y libros- sobre ella.

«El viaje de Chihiro» se puede definir de muchos modos. Hay ciertos aspectos en común con todas aquellas películas que tratan directamente sobre la infancia. Tales adjetivos podrían ser «nostálgica» o «mágica». Y este segundo mote se vuelve especialmente cierto cuando se observa la niñez desde un punto de vista fantástico, pero no siempre se lo merece de verdad.

Chihiro es una niña torpe y mimada. Cuando la conocemos, esta de mudanza, viajando en el coche de sus padres de camino a su nuevo hogar. Sintiéndose devastada por el cambio, no hace más que lamentarse de lo que deja atrás sin ser capaz de ver lo que puede aguardarle el futuro. Los padres, orgullosos y encantados de conocerse, se sienten completamente insensibles hacia ella, y parecen más preocupados por el Audi todoterreno que poseen. Es con esto que la familia termina perdiéndose por el camino, yendo a parar a un bosque donde encontraran una misteriosa entrada a un recinto misterioso.

Yubaba
Yubaba

Chihiro en el país de las maravillas

Siguiendo la costumbre de Miyazaki de basarse en historias europeas, «El viaje de Chihiro» está influenciada por la obra de Lewis Carroll. Al cruzar dicho umbral, la familia entrará en un plano paralelo donde viven espíritus celestiales de todo tipo. Será en la sensación de abandono y la presentación de esos seres que la película adquirirá un tono decididamente terrorífico, de un modo parecido a lo vivido por Alicia en los cuentos del escritor inglés. Es con esto que Chihiro vivirá un viaje hacia la madurez por una situación fuera de lo común.

La premisa no es novedosa y el crecimiento personal es un tema recurrente en la filmografía del director. Sin embargo es todo lo que envuelve la historia lo que la transciende en una de las películas -animación o imagen real-, más importantes de la historia del cine. La imaginación desbordante del director se refleja en cada una de las escenas de la película, sorprendiendo con innumerables seres de diseños diversos, y una pasión por el detalle que hace que cada plano sea un cuadro por si mismo. El desarrollo de la historia guarda un sinfín de sorpresas y escenas tan memorables como surrealistas.

Es gracias a la inagotable imaginación de Miyazaki que la película te atrapa como pocas otras. Desde la variedad de situaciones, a los increíbles diseños del mundo de los espíritus, el director japonés consigue apabullar con un drama tan cercano y entrañable a pesar de su componente fantástico. Se trata sin duda de una experiencia única, cuyo desarrollo es mejor experimentarlo por uno mismo, pues son muchos los elementos dramáticos con los que juega el director de «El castillo de Cagliostro«

Y, como toda obra maestra, se trata de un título cuya lectura puede cambiar a cada nuevo visionado.

Chihiro y Haku
Chihiro y Haku

La animación de El viaje de Chihiro

Miyazaki es sinónimo de animación de gran calidad. De nuevo, la palabra mágica es la que mejor describe las sensaciones transmitidas. Los escenarios por los que se mueve Chihiro están llenos de detalles que hacen merecer parar a cada plano para apreciarlo todo. Hay además una sensación de vida en cada uno de los personajes que salen en pantalla. El director no se conforma con llenar la pantalla de seres de anatomías diversas, si no que los anima de un modo tan orgánico que ayuda a darles personalidad propia a cada uno de ellos.

No existen los personajes de mero relleno, todos ellos tienen el mismo nivel de animación que los personajes principales. Casi toda la acción tiene lugar en el palacio de la bruja Yubaba, y Miyazaki te lo presenta en diversas situaciones: bañado bajo la niebla matutina del amanecer, bajo la luz de la luna y a pleno día, detallando en cada momento diversos aspectos del edificio. Visualmente es una autentica delicia.

Esta atención al detalle se traslada también a las expresiones. Más que el terror, la felicidad o la tristeza que puedan expresar los personajes a lo largo de la narración, uno se queda prendado por los momentos más tiernos que pueda ofrecer la más pura inocencia infantil. Hay momentos en los que a uno se le encoge el corazón, y ello se debe tanto al detalle de la animación, como al tono marcado por Miyazaki, y, también, por la partitura original compuesta por ese maestro japonés que es Joe Hisaishi.

Unas valles vacías...
Unas valles vacías…

El binomio Miyazaki / Hisaishi

No se puede hablar del cine de Miyazaki sin entrar en la música del compositor japonés, pues su relación se ha mantenido inquebrantable desde los días de «Nausicaä«. Y el músico nos ofrece aquí uno de sus mejores trabajos realizados hasta, al menos, el estreno de la película. Juega con diferentes tonos y melodías para retratar tanto el estado de ánimo de Chihiro como para dar aún más grandeza a las imágenes. Son muchos sus temas memorables, destacando “Day of the River”, “The Sixth Station” y “Reprise”.

Hay una escena concreta de la película donde Miyazaki eleva la historia a otro nivel. Sin entrar en detalles, se trata de un viaje en un tren. Es un momento poético, melancólico, reflexivo y sumamente personal. Lo que consigue transmitir esa escena va más allá de la historia que nos cuenta. Esta salpicada además de detalles gratuitos que van pasando por pantalla a medida que el tren avanza en su trayecto, que ayudan a incrementar esa sensación: desde una casa aislada en medio del mar, a un faro cuya finalidad solo la sabrá el mismo director, o unas luces de neón en medio de la nada.

Se trata de un momento de tranquilidad antes de entrar de lleno en el tercer acto, una pausa emocional tras el torbellino dramático previo. Solo la imagen ya transmite montañas, pero gracias a la música de Hisaishi eleva la escena a otro plano existencial.

Imagen de El viaje de Chihiro
Imagen de El viaje de Chihiro

Realizando una obra maestra

«El viaje de de Chihiro« es, simplemente, una obra maestra. Se trata de un título de referencia tanto para la animación y como para la filmografía de un director único e irrepetible. La sensación de extrañeza de la historia no resta, todo lo contrario. Suma a la experiencia de ver un viaje mágico y especial junto con un personaje tan entrañable como es Chihiro. Se podría seguir escribiendo sin parar. Pero como, se ha comentado antes, lo mejor es verla uno mismo para entender la magnitud del trabajo hecho por este genio del cine.