
La otra cara de la moneda
El estudio Ghibli es especialmente conocido por las fantasías del director Hayao Miyazaki. Sus mundos son verdes, preciosistas e idílicos, brillantemente iluminados por el Sol. Aunque no hay luz sin sombras, y bajo todo ello normalmente reside algo de oscuridad para desentrañar algunas de las debilidades más humanas, sus películas tienen un tono infantil con moraleja para todo tipo de público. Pero Miyazaki es tan solo un director dentro del estudio. Y allí existe otro nombre igual de bueno, o incluso mejor para algunos, llamado Isao Takahata.
Se trata de un director con unas inquietudes bien diferentes al primero. Su cine es menos fantástico y aniñado, prefiriendo relatar historias más terrenales y personales, con un foco especial en las dinámicas familiares. El cine de Ghibli ha sido comparado en más de una ocasión con el de grandes cineastas como Yasujirô Ozu, cuya obra, en especial ese tríptico formado por «Primavera tardía » (1949), «Principios de verano» (1951) y «Cuentos de Tokio» (1953), que narra la tendencia hacia la disgregación familiar, suele detallar las costumbres más cotidianas de la sociedad japonesa.
Es precisamente en el cine de Takahata donde esto adquiere un peso más grande. Desde la trágica «La tumba de las luciérnagas» (1988), a esa comedia que es « Mis vecinos los Yamada» (1999), aunque su película más representativa en este aspecto seguramente es «Recuerdos del ayer«.

Regreso a la naturaleza
«Recuerdos del ayer» es la historia de Taeko Okajima quien, a sus 27 años, no se siente a gusto con su estilo de vida, escondiéndose bajo una mascara para adaptarse a la sociedad que la rodea. Cuando empieza la película, ya ha tomado la decisión de pasar una semana en la casa de campo de un familiar, con el objetivo de reencontrarse consigo mismo, a modo de viaje interno. Una vez ahí, se reencuentra con Toshio, un joven sincero pero torpe y socialmente inepto, dando lugar a un romance poco convencional.
La narración alterna el momento presente de la protagonista con secuencias de cuando era pequeña. Así, se juega con el contraste de lo que fuimos entonces y somos ahora. Es en estos flashbacks que se nos muestra como ella no era ningún ejemplo a seguir, pues tenia más defectos que virtudes. Nos presentan también sus relaciones familiares, con especial atención a la de su padre, quien denota un cariño especial hacia ella; además de mostrarnos sus amigos y los distintos errores que comete durante su vida y que terminan forjando su personalidad. De vuelta al presente, Taeko se enfrenta a una vida que no va con ella y en el que no se siente a gusto.
La historia esta llena de situaciones mundanas. Pero es precisamente esto lo que la hace tan memorable. La vida de Taeko resulta interesante por lo fácil que resulta conectar con ella. Eso hará que veamos cosas que probablemente hayamos vivido de pequeños, a pesar de las diferencias culturales. Al final de la película se desvela el gran conflicto del personaje: ¿cómo es posible que esa niñita precoz y curiosa se haya convertido en un rostro más, perdido en una gran ciudad?

Otro gran ejemplo de animación tradicional
A nivel visual, es otra muestra del estudio Ghibli y su director Isao Takahata de una gran animación tradicional. En «Recuerdos del ayer» se utilizan diferentes estilos visuales: a modo de acuarelas poco definidas, colores apagados y un ligero viñeteado para las escenas del pasado, matizando así la condición lejana y etérea de los recuerdos; y otro más convencional para el presente, con contornos bien definidos y unos colores más vibrantes.
En ambos casos hay gusto para el encuadre y el detalle. Especial mención a las expresiones de los rostros, contorneando músculos y arrugas dándole así una mayor personalidad a los personajes. A medida que Taeko va creciendo, la animación se vuelve más detallada y los colores más vivos, acercándose poco a poco al estilo usado para la narración del presente. Es un estilo claramente a medio camino entre el realismo frío de «La tumba de las luciernagas» (1988) y el expresionismo extremo de la magistral «El cuento de la princesa Kaguya» (2013).
Por otra parte, se ha criticado a «Recuerdos del ayer» por no justificar su uso de la animación. Estamos ante un título tan realista que Takahata prefiere optar por una animación alejada de excesos, más propensa a lo sutil. Aunque es cierto que esta misma historia se podría haber contado en imagen real, y que seguramente no aprovecha un medio tan rico como es el de la animación, tampoco desmerece para nada los logros conseguidos aquí, aparte de demostrar, una vez más, que el cine de animación no es tanto un género como un medio visual para contar una historia.

Minimalismo humano
A pesar de estar hablando de una película memorable en su conjunto, hay dos momentos especialmente destacables que son reflejo tanto de la intención de la historia como de su tono melancólico: una secuencia en la que nos enseñan todo el proceso para teñir las piezas de ropa, seguida por la recogida de las flores en el campo durante el amanecer, en las que la animación adquiere un realismo casi fotográfico; y en segundo lugar todo el tramo final una vez Taeko ha decidido volver a la ciudad, en el que ve a sus compañeros de clase guiándola hacia el lugar al que pertenece de verdad.
Estamos en la que es probablemente la mejor película del director. Se le podrá reprochar algún exceso de exposición aquí y allá que quizás redundan los mensajes intencionados, pero eso no quita que «Recuerdos del ayer» sea una película excelente. Es una una historia humana y reflexiva llena de melancolía. No deja de ser otra muestra del gran talento y artesanía de ese otro genio -no tan reconocido como Hayao Miyazaki- del imprescindible estudio de animación Ghibli.