Futuro post apocalíptico
Estamos ante una película emblemática del cine de acción. “Terminator 2: El juicio final” empieza marcando el tono general de la película con unas espeluznantes imágenes de un futuro post apocalíptico. El mundo esta sembrado de destrucción por una guerra entre la humanidad y las máquinas. Son dos bandos liderados respectivamente por John Connor (Michael Edwards) y la inteligencia artificial Skynet. En un momento de la batalla, ésta decide enviar al pasado a una creación propia llamada T-1000 (Robert Patrick) para eliminar a John cuando todavía es un niño. Para protegerlo, el John del futuro envía a otro robot, un T-800 (Arnold Schwazennegger), programado para proteger a su yo más joven. Así, se producirá una persecución sin pausa en el pasado, en la que también participará Sarah Connor (Linda Hamilton), la madre de un joven John (Edward Furlong).
La dirección de James Cameron en Terminator 2: El juicio final
Con esta premisa James Cameron desarrolla una película con la que consigue grandes logros en el terreno de los efectos especiales. Además, eleva la violencia y espectacularidad de las secuencia de acción a un nivel factible solamente con la participación de dos maquinas creadas para la destrucción como son los Terminators. Nos encontramos con una producción con una factura técnica inmejorable gracias a la visión clara de su director. Se preocupa de definirla con una sensación generalizada de frialdad transmitida a partir de la desazón general de la historia.
Con esto él y el director de fotografía Adam Greenberg deciden dar una tonalidad azulada y metálica a la imagen. Hay una tendencia a mostrar laboratorios blancos y factorías oscuras, como si el director estuviera vaticinando aquello contra lo que luchan los protagonistas; con además una gran importancia de la presencia de las maquinas y como las utilizamos. Lo mismo se puede decir de la emblemática composición de Brad Fiedel. El tema principal tiene unos tonos apocalípticos y hay un uso generalizado de tonos graves, sintetizadores y sonidos metalizados.
«Los efectos especiales funcionan mejor ante una buena puesta en escena, y en Terminator 2: El juicio final Cameron demuestra tener una endiablada mano para presentarnos la acción»
Toda la producción luce un gran presupuesto, sobretodo en el terreno de los efectos especiales. Dan pie a unas escenas de acción espectaculares que dan lugar a varios momentos memorables. De todas ellas es complicado no resaltar la traca final, cuando Cameron se atreve a encadenar hasta tres set-pieces seguidas, todas ellas igual de excelentes. Además, el director se asegura varios ases en la manga para poder sorprender cuando creemos que la película ya ha enseñado todas sus cartas.
Pero los efectos especiales funcionan mejor ante una buena puesta en escena, y aquí Cameron demuestra tener una endiablada mano para presentarnos la acción. Consigue situarnos en medio de las violentas batallas que tienen lugar entre los dos robots, gracias a un genial trabajo de cámara en el que destaca el uso de la steady-cam a manos de James Muro. Con ello, provoca todo tipo de reacciones, desde el asombro hasta el mismo terror. Un terror producido por la nueva invención de Cameron para esta secuela: el T-1000. Es un robot indestructible interpretado fríamente por Robert Patrick como un ser carente de sentimientos, imparable en su misión de asesinar a John Connor.
Robert Patrick es el T-1000 en Terminator 2: El juicio final
La elección de Patrick es muy buena tanto por sus rasgos puntiagudos como por ser físicamente opuesto a la figura de Schwazennegger, cuyas enormes proporciones y su papel de protector lo convierten en un gigante bonachón y entrañable. Jugando con ello, Cameron mete de por medio toques humorísticos y dramáticos sorprendentemente efectivos sin caer nunca en el melodrama o la auto parodia vergonzosa. Se establece una relación emotiva entre protector y protegido en la que ambos, a su modo, aprenderán a ser más humanos; uno con las limitaciones de ser una maquina y el otro con unos valores que le formarán como el líder que está destinado a ser. Esto es uno de los aspectos más destacables de «Terminator 2: El juicio final«.
Porque por encima de todo el caos y destrucción, lo que hace memorable a la película son las punzantes relaciones entre los tres personajes principales. Linda Hamilton abraza con veracidad un personaje resignado a un futuro desolador con la descendente espiral emotiva que eso conlleva. Su única motivación es únicamente el afán por enseñar todo lo que pueda a su hijo para que se convierta en la persona capaz de liderar una guerra que todavía no ha empezado. Hay una voluntad para crear arcos dramáticos en todos ellos, y aunque en ningún caso resultan innovadoras; sí que consiguen con creces los fines dramáticos perseguidos.
Siguiendo una pauta
Por otra parte, la historia en si parece un remake de «Terminator» (James Cameron, 1984). La estructura sigue el mismo esquema de juego de gato y ratón casi al pie de la letra, con la diferencia de un acabado técnico mucho mejor en la secuela. Una pena que el guión sea menos redondo en ésta segunda parte. Tampoco es un caso de una mala base, pero tiene un empeño en dar transcendencia a una historia de serie B pura sobre, básicamente, robots que viajan a través del tiempo, que no le hace ningún bien.
Aunque el dialogo en off de Sarah al principio y al final de la película consiguen el efecto dramático deseado, a lo largo de la película hay varios momentos en la que esa voz nos asalta con unas frases tan dramáticamente sobrepasadas como innecesarias, haciendo hincapié en unas reflexiones que tienden a sobreexponer lo que se hace obvio con las imágenes.
Clásico eterno del género
En resumen, «Terminator 2: El juicio final» culmina en un final mucho más conmovedor de lo que una producción como esta suele tener. Viene precedida de una historia simple pero muy efectiva por unos personajes memorables y muchos momentos destacables. Tiene una moraleja a favor de la redención, la humanidad y la esperanza. Además, una denuncia clásica en la ciencia ficción como es el avance tecnológico con fines destructivos. Clásico eterno del género, todo el mundo debería darle una oportunidad.