Aventuras en el espacio
El ser humano es una plaga. Arrasa allá donde va sin mirar atrás lo que deja en su camino. Es una idea que la ficción ha tratado en más de una ocasión, de un modo u otro. Es más, fue la base de una parte del cine de aventuras americano durante mucho tiempo, como nos mostraron dos títulos tan recomendables como “El desterrado de las islas” (Carol Reed, 1952) o “Hawaii” (George Roy Hill, 1962). Son películas que muestran las consecuencias de la colonización del hombre blanco a tierras antaño lejanas y exóticas. Viajaba a kilómetros de distancia de su hogar en busca del progreso, la expansión y la propia supervivencia personal. En “Ad Astra” el director James Gray nos presenta un futuro cercano indeterminado -como la propia película indica justo al empezar- en el que la humanidad ya se ha expandido fuera de la Tierra.
Colonización espacial
Existen colonias diseminadas por Marte, hay enormes estructuras que conectan el espacio con la atmósfera terrestre; y viajar a la Luna es como coger un vuelo de primera clase al otro lado de nuestro planeta. En fin, que todo va bien. Al menos hasta que unas tormentas eléctricas empiezan a azotar la Tierra. Roy McBride (Brad Pitt) es un astronauta que vive una de ellas en primera persona mientras realiza operaciones de reparación en una estación espacial que orbita por encima del planeta azul. Pronto le comunicarán que esas tormentas tienen su origen en el lejano planeta Neptuno, de donde provienen unas ondas de energía con el potencial de terminar con toda la vida humana.
Y no es casual que acudan a él. Años atrás existió el pionero Proyecto Lima. Su propósito fue instalar en Neptuno -planeta todavía por colonizar- un punto de comunicación con el que buscar vida extraterrestre más allá del sistema solar. Sin embargo, se perdieron las comunicaciones y finalmente dieron por perdida a toda la tripulación. Entre ellos, su capitán H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones). Y la creencia es que él podría seguir vivo y ser el responsable de la situación. De este modo, Roy viajará por el espacio para, con suerte, contactar con un padre al que no pudo conocer bien.
Una mirada introspectiva en Ad Astra
En «Ad Astra» existen dos líneas narrativas paralelas que se retroalimentan mutuamente. Por una parte, tenemos el viaje introspectivo del protagonista principal. Se trata de un periplo donde McBride compara su vida con la de su padre para reflexionar sobre todas las decisiones que ha tomado hasta ese momento. Se trata de una figura paterna ausente durante su vida. Esto le crea un vacío que le ha impedido tener relaciones duraderas con otras personas. Por falta de confianza. Por miedo a ser sincero. En su lugar, escoge dedicar su vida a la corporación SpaceCom -que viene a ser una Nasa del futuro-, igual que hizo Clifford. Ya sea por no saber qué más hacer, o, más probable, para así poder entender mejor a su padre.
En cierto modo, la figura de McBride padre se podría equiparar a la de un Coronel Kurtz. Igual que en la excelente «Z, la ciudad perdida«, la película no esconde una estructura parecida a “Apocalypse Now” (Francis Ford Coppola, 1978). Sin embargo, se trata de una comparación puramente sistemática, porque si el viaje del mítico capitán Willard era una sumersión completa hacia una oscuridad inefable, aquí Brad Pitt emprende un viaje, de nuevo, hacia lo desconocido; pero en busca de su luz interior. En busca de una cura a sus propias heridas. Por tanto, el transcurso del viaje, y sobretodo su resolución, adquieren rasgos diametralmente opuestos a la película de Coppola. Además, no parece que Gray busque trasladar una historia bélica a la ciencia ficción. Si a caso, parece más bien como si quisiera utilizar los relatos de aventuras de Joseph Conrad como base para contar su historia.
There Be Dragons
Es aquí donde entra esa segunda línea narrativa de la que hablábamos antes. Sobretodo durante su primera mitad, se van intercalando escenas introspectivas con set pieces de acción. La película empieza con una de ellas que remite directamente a “Gravity” (Alfonso Cuarón, 2013). Puede que la mejor del conjunto. Ninguna aporta mucho a la narración, en realidad, lo que las hacen parecer inconexas con el resto del metraje. Sin embargo, puede que se conviertan en necesarias para que Gray nos ofrezca su visión de ese futuro próximo; y de las consecuencias de la expansión del ser humano por el espacio. A través de la odisea que vive Roy, el director nos muestra, cómo hemos apuntado al principio, que llevamos la violencia y el sin sentido allí donde vamos.
En líneas generales, “Ad Astra” guarda más de un parecido con “Interstellar” (Christopher Nolan, 2014). Incluso se podría decir que ambas están chapadas con el mismo molde, sensación incrementada cuando se observa que comparten el mismo director de fotografía. Es posible que el cine de aventuras a la vieja usanza tenga que tirar por los derroteros de los films de Nolan o de Gray, puesto que lo exótico y desconocido ya no reside tanto en nuestro planeta Tierra, como en lo que pueda ofrecer el universo. Dicho esto, aunque comparten trazos comunes, ambas buscan cosas muy diferentes, acordes con la sensibilidad de cada uno. El cine de Gray es menos melodramático y épico. Sin embargo, es posible que con ese rechazo hacia lo grandilocuente consiga tocar notas a las que Nolan no ha podido acceder hasta la fecha.
El misticismo de Ad Astra
James Gray es un director con una filmografía muy sugerente. Lo habitual en su cine es un estudio de personaje poniéndolo en conflicto con su contexto cercano. Por cuestiones sociales, culturales, políticas o del entorno más íntimo, como en «El sueño de Ellis» (2013) o «Z, la ciudad perdida» (2016). Y ya hemos avanzado antes como la película tiene un carácter más personal. Es una sensación aumentada por el ritmo pausado de la narración -salvo en las contadas escenas de acción-, una voz en off sobria y atonal; y una práctica ausencia de música.
Esta sensación adquiere su mayor cota durante un segundo acto con rasgos más misteriosos y simbólicos, recuperando el misticismo visto en su film anterior, “Z, la ciudad perdida”. Pero se trata de un juego psicológico más parecido a un Polanski que a nada parecido a los viajes astrales de “2001: Una odisea en el espacio” (Stanley Kubrick, 1968).
Todo ello está exprimido al máximo por un apartado audiovisual simplemente apabullante. No es solamente como Gray maneja los recursos del thriller para mantenerte tenso cuando así lo quiere, sino que además ofrece un inmenso trabajo de imagen. La película tiene un gran uso de los colores, que supera con creces todo lo visto en títulos parecidos recientes. Las imágenes de cada planeta están llenas de ideas interesantes, y las vistas que ofrecen son de una belleza enorme. En algunos aspectos se podría considerar que sus referentes más directos, los títulos de Cuarón y Nolan -y sin ánimos de menospreciarlos-, son solamente una antesala del plato fuerte que es “Ad Astra”.
Hacia nuestro interior
Gray y el guionista Ethan Gross introducen varios elementos en la película, pero no se le debe negar algunos puntos mejorables. Entre ellos, una voz en off a veces excesiva y alguna redundancia de exposición, quizás para dejar las cosas más claras. Pero sobretodo, que la película no termina cuando debería hacerlo, alargando la narración en un epílogo cargado y prescindible. Además, también se le podría criticar de ciertas conveniencias y saltos de lógica. Pero puede que estos sean meros trámites para que el director pueda enfocar su historia hacia dónde él quiere.
Son muchas las imágenes impactantes de «Ad Astra«, acompañadas además de una excelente música de Max Richter. Pero tras ese viaje a los confines de la galaxia que vive Roy, sobrevive una idea que quizás Gray nos quiere transmitir. Seremos la causa de nuestra propia destrucción. Ni tan solo miles de billones de quilómetros de distancia nos salvará de ello. Donde haya humanidad habrá muerte, basura y contaminación de todo tipo. Y la solución no es una búsqueda más allá de las estrellas, hacia lo desconocido. Todo lo contrario, porque aquí no se trata del progreso tecnológico. La encontraremos proyectando hacia dentro de nosotros mismos, tocando nuestra propia humanidad, y en busca del contacto humano.