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Al otro lado de la ley ‘Dragged Across Concrete’ (S. Craig Zahler, 2018) | Crítica

20/02/2022
Al otro lado de la ley imagen destacada

Arrastrados por el asfalto

Es un tanto complicado situar el cine de S. Craig Zahler en el panorama cinematográfico americano actual. Con tan solo tres películas –“Bone Tomahawk” (2015), “Brawl on Cell Block 99” (2017) y ésta “Al otro lado de la ley” (2018)-, el director estadounidense se ha posicionado como un autor con todas las de la ley, al haber destacado por una realización particular y por haber escrito un discurso coherente a lo largo de sus tres films. Rasgos, además, más bien propios de directores con mayor trayectoria. De este modo, uno ya puede hacerse una idea de lo que puede esperar al entrar en una de sus historias

Las películas de Zahler están chapadas de un material tan oscuro como el carbón. Al fin y al cabo, sus títulos anteriores -el primero un western con toques de terror, y el otro un contundente thriller carcelario- trataban sobre la cara oscura del tan cacareado sueño americano. Desde la conquista del oeste hasta la actualidad, tratados, cada uno desde el punto de vista de cada género, como un descenso a los infiernos.

En “Al otro lado de la ley”, la pesadilla es tan solo el punto de partida. La narración sigue las historias de tres personajes: por una parte, Brett Ridgeman (Mel Gibson) y Anthony Lurasetti (Vince Vaughn), dos policías entregados a su causa, pero cuyos métodos ambiguos les alejan de aspirar a algo mejor; y por otra, a Henry Johns (Tory Kittles), quien tras salir de la cárcel decide hacer lo posible para cambiar su suerte y así ayudar a los suyos. Aunque vienen de vidas distintas, tienen las mismas aspiraciones y solo la suerte del destino provocará que sus vidas colisionen.

Imagen de Tory Kittles como Henry Johns
Imagen de Tory Kittles como Henry Johns

S. Craig Zahler: historia de una ida y una vuelta

Zahler vuelve a marcar su estilo seco, contundente, sádico y cruel. Esto último quizás más aquí que en sus títulos anteriores, debido a una trama secundaria protagonizada por Jennifer Carpenter. Sin embargo, el cambio, y lo que quizás supone una suerte de desenlace en el discurso de su corta filmografía, es ver como concede algo parecido a una salvación o redención para algunos de sus personajes. O al menos tanta redención como pueda existir en una historia concebida por este director. Porqué si los personajes de sus anteriores películas viajaban de la sociedad a lo más oscuro del mundo, aquí el viaje es inverso.

Es aquí donde encontramos a los personajes principales de “Al otro lado de la ley”. Por una parte, los de Gibson y Vaughn. Ambos son policías toscos y desgastados, atrapados en un tiempo pasado, que se dejan arrastrar por su instinto violento. Aunque sus intenciones durante toda la película son nobles, y sus métodos efectivos, el destino al que se dirigen viene a ser un castigo, quizás, merecido. Ambos actores están impecables en sus papeles y cuesta imaginar otros rostros en su lugar.

Al otro lado se encuentra Henry Johns, quizás el personaje más noble de entre todos ellos. Si los dos policías se han visto atrapados en sus roles por no haber sabido adaptarse a la modernidad, parece como si Johns hubiera nacido y crecido directamente en la oscuridad, y es solo tras salir de la prisión que decide cambiar su suerte. Al final, a pesar de todos los actos que cometen dichos personajes, Zahler los humaniza al presentarnos la situación personal de cada uno de ellos. A destacar el matrimonio de Ridgeman con Melanie (Laurie Holden).

Laurie Holden y Mel Gibson en Al otro lado de la ley
Laurie Holden y Mel Gibson en Al otro lado de la ley

La noche más oscura

Todo ello está narrado visualmente por el temple tranquilo del que siempre ha hecho gala el director. En sus dos títulos previos ya había demostrado un envidiable control sobre los tiempos. Zahler rehúye de los ritmos más frenéticos del cine más comercial, para tomarse su tiempo para que la historia y sus personajes respiren. Huelga decir que aquí lo lleva a otro nivel. Sin pretender caer en lo que suelen ser simples ejercicios de estilo, lo que vemos aquí sería más bien un ejercicio de contención hasta culminar en un clímax que, a pesar de durar casi una hora, no deja que el interés y la atención decaiga ni un solo momento. Consigue un tempo narrativo que realmente cuesta de concebir en un director que tan solo ha hecho tres películas, y que está al abasto de muy pocos cineastas.

» En ‘Al otro lado de la ley’ se encierra a los personajes en una fatalidad donde todo parece perdido de antemano. Viven en una oscuridad donde los valores morales desaparecen. Los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos. Todos se mueven por sus propios intereses. Todo parece un mal sueño. La de una América desencantada que ya no cree en nada»

Ese estilo de narración pausada seguramente será consecuencia de los muchos detalles que ayudan a marcar tono. La puesta en escena deja poco espacio a la luz. Los cigarrillos brillan en la oscuridad. El sentido de humor de “Al otro lado de la ley” es negro como una noche sin luna. Como nos tiene acostumbrados Zahler, la violencia aparece con fuertes estallidos, contundentes y crudos, pero nunca exhibicionistas. En esta película el mal acecha entre las sombras y espera con perseverancia a atacar. Resulta especialmente remarcable como Zahler introduce y escribe el grupo de mercenarios que van apareciendo a lo largo de la película: ataviados de ropajes negros, con la cara tapada, con ademanes y entonaciones completamente impersonales. Por sus acciones, podemos asemejarlos al mismísimo diablo.

Jennifer Carpenter en Al otro lado de la ley
Jennifer Carpenter en Al otro lado de la ley

Los dos lados de la ley

Quizás lo que más sorprende es el modo de observar todo ello. Zahler filma a sus personajes desde la distancia. Sus personajes pueden ser más o menos amorales con sus discursos, pero Zahler no los juzga, critica o reivindica. Se limita a mostrarlos tal como son, con todas sus virtudes y defectos. En todo caso, si muestra un cierto manierismo, es hacia esa ola apodada “social justice warriors” que, en sus cruzadas personales, pueden pecar de ser aquello que más odian. Para el resto de personajes, Zahler manifiesta una indulgencia generosa hacia los seres perdidos y asqueados, independientemente del lado de la ley en el que estén.

Al final, los encierra a todos en una fatalidad donde todo parece perdido de antemano. Viven en una oscuridad donde los valores morales desaparecen. Los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos. Todos se mueven por sus propios intereses. Todo parece un mal sueño. La de una América desencantada que ya no cree en nada.

Imagen de Vince Vaughn y Mel Gibson
Imagen de Vince Vaughn y Mel Gibson

¿Y ahora qué?

Lo que uno se queda al finalizar la película es hacia donde puede ir ahora un director que parece haber depurado al máximo su estilo de dirección. Parecen haber solo dos caminos posibles: repetir la jugada hasta convertirse en una imitación de lo que fue, o sorprendernos con algo completamente distinto. Sin descartar del todo que consiga exprimir todavía más todos estos elementos que han definido su cine hasta ahora.

Sea como sea, es posible que nos encontremos con una película que difícilmente saciará los paladares de todos los espectadores. Esa lentitud narrativa y la carencia de complacencia hacia el público debe de resultar confuso para unos productores hollywoodenses que actualmente apuestan por el estímulo continuo de emociones, la grandilocuencia y, quizás, un cierto infantilismo en lo moral y dramático.

Zahler es un director de una sensibilidad muy particular, al fin y al cabo. El que haya podido narrar sus historias con una aparente falta de compromisos no deja de ser, cuanto menos, sorprendente. Lo que pueda venir en un futuro es inescrutable. Sin embargo, desde aquí esperaremos sus futuros proyectos con los brazos bien abiertos.