Sed de sangre
La serie B en el cine de terror ha dado muchas alegrías a lo largo de la historia del cine. Desde las emblemáticas producciones de William Castle hasta la Hammer, las producciones contaban con menos presupuesto de lo habitual, pero precisamente por eso tenían rienda suelta para hacer propuestas más arriesgadas y, a veces, mostrar auténtica pasión hacia el género. Aunque se trata de un modo de entender el cine ahora mismo menos popular, de vez en cuando salen propuestas que llaman la atención en el género de terror. Casos recientes serían, por ejemplo, “La autopsia de Jane Doe” (André Øvredal, 2016), “Los extraños: Cacería nocturna” (Johannes Roberts, 2018) o ésta “Blood” (2022), del cineasta Brad Anderson.
En “Blood”, la narración se centra en una familia disfuncional. La madre, Jess (Michelle Monaghan), es una enfermera en proceso de recuperación tras una adicción. Contra las pegas de su exmarido Patrick (Skeet Ulrich), tiene a su cuidado a sus dos hijos: la hija mayor Tyler (Skylar Morgan Jones) y el pequeño Owen (Finlay Wojtak-Hissong). El cuidado de su familia se complicará cuando el hijo contraiga una enfermedad que le produce una sed insaciable de sangre humana.
La serie B según Brad Anderson
Brad Anderson vuelve al cine de terror tras ganar prestigio con las notables “Session 9” (2001) y “El maquinista” (2004). Unas propuestas de terror/suspense psicológico con ciertos toques asfixiantes y claustrofóbicos. A día de hoy, todavía se le reconoce como un nombre a seguir dentro del cine de género. Otros títulos conocidos son “Transsiberian” (2008) o “Asylum: El experimento” (2014).
Si hay algo que destaca en la realización de “Blood” es una aproximación próxima y terrenal de su premisa. A pesar de tratarse de un relato vampírico, hay una intención de centrar todo el conflicto y el diseño de producción como si de un drama convencional se tratara. El esfuerzo por parte del personaje de Monaghan para crear un entorno familiar estable es el centro de la narración, y los elementos más terroríficos son un simple obstáculo en su camino. En este aspecto puede recordar a otro título de terror: “Babadook” (Jennifer Kent, 2014).
Esto no quiere decir que la película olvide del todo el género con el que juega. Aunque la puesta en escena pueda pecar de convencional y televisiva, Anderson demuestra tener buen ojo en el retrato de los exteriores. Tanto de los bosques donde juegan inocentemente los niños, como del patio de la casa donde viven. La historia sucede muy acertadamente en pleno otoño. Siendo fechas relacionadas con Halloween, ya sirve de entrada para crear una atmósfera apropiada dada su premisa. Así, el director se sirve de imágenes de árboles muertos para crear alguna imagen que subraya el tono sosegado de la narración. Es seguramente lo más destacable a nivel de realización.
Madre coraje
Pese a la temática de vampiros (aunque en ningún momento se llega a mencionar el concepto), el drama se rige por temas tan poderosos como universales como el de la familia. Como ya se ha mencionado, a Anderson no le interesa tanto lo fantástico como todo lo que pueda salir de unas heridas abiertas en el seno de una familia rota. Esto agravado por una protagonista que arrastra el sentimiento de culpa por las adicciones a las que apenas acaba de superar. A medida que avanza el metraje, aparecen las grandes preguntas: ¿hasta dónde es capaz de llegar una madre para mantener unida a su familia. Todavía más: ¿qué es capaz de hacer para proteger la vida de un hijo?
Con estas ideas la película avanza mostrando todo lo que la protagonista hace para conseguir sus objetivos. Aunque el guión es bastante previsible en su desarrollo, “Blood” consigue su propia fuerza en la tensión nerviosa que el director da al conjunto una vez la trama arranca del todo.
Al tener la película un enfoque puramente realista, permite dar cabida a que lo sobrenatural y lo trivial coexistan, y explota un mundo de fantasía minimalista pero eficaz. Preguntas racionales que se podrían hacer dada la naturaleza de la premisa tienen respuestas satisfactorias a lo largo de la historia.
El reparto de Blood
El buen funcionamiento de “Blood” recae en este caso en los hombros de su actriz principal, Michelle Monaghan. Sin desmerecer el trabajo del resto del elenco – a destacar el pequeño pero importante papel de June B. Wilde-, es gracias a Monaghan que el conjunto funciona tan bien como lo hace. A estas alturas ya no tiene mucho más que demostrar: siempre ha sido buena intérprete, sabiendo dar peso a cualquier personaje que haya interpretado. Desde el miedo, al asco y la fragilidad, consigue transmitir todos los sentimientos con una veracidad digna de admiración.
Por otra parte, Wojtak-Hissong hace creíble el sentimiento de posesión cuando su sed de sangre no hace más que aumentar. El resto del reparto cumple bien su cometido, sin más. Son papeles más testimoniales para dar forma al núcleo familiar descrito en la historia. En todo caso, gustará a los amantes del género de terror la presencia de Skeet Ulrich, dada su participación en la saga Scream. Sin ser un papel exigente, al menos tiene suficiente importancia en la narración.
No apta para estómagos sensibles
Durante la proyección de “Blood” en la 56 edición del Festival de Sitges hubo al menos un desmayo en la sala. Al que esto suscribe le tocó verlo muy de cerca y en directo. La imagen suele recrearse en el uso de la sangre. Sin entrar en detalles, es fácil sentirse repugnado ante algunas situaciones concretas que viven los personajes. La película no contiene imágenes viscerales o contenido que se pueda considerar gore, pero no escatima en litros de sangre.
Así, los aficionados a las emociones fuertes pueden estar tranquilos. “Blood” no carece de imágenes realmente impactantes, cuyo poder transgresor y oscuridad persiguen mucho después de haber pasado los créditos. Sin mostrar mucha piedad hacia ninguno de sus personajes, Brad Anderson ofrece una película en realidad bastante pesimista y dolorosa, de la que uno puede salir fácilmente exhausto y demacrado.