Érase una vez…
El cine de fantasía se ha nutrido habitualmente de una iconografía medieval para contar sus historias de un pasado lejano. Normalmente han sido historias simples, de tono ligero y apto para todos los públicos. Más allá del claro ejemplo de “El señor de los anillos”, se pueden rescatar títulos ochenteros como “El dragón del lago de fuego” (Matthew Robbins, 1981) o “Willow” (Ron Howard, 1988). Otro tipo de fantasía serían aquellas fábulas tradicionales impulsadas sobretodo por Disney, como bien serían “La bella durmiente” (VVAA, 1959), “Merlín el encantador” (Wolfgang Reitherman, 1963) o “Robin Hood” (Wolfgang Reitherman, 1973). En ellas veríamos caballeros honorables, villanos despreciables, seres fantásticos o elementos de magia y brujería… En la década de los 90, el cineasta Rob Cohen se encargaría de llevar a la gran pantalla “Dragonheart”, una película que estaría a medio camino entre los títulos antes mencionados.
La historia nos traslada al otoño del linaje de los caballeros honorables. El último de ellos, Bowen (Dennis Quaid), tiene como responsabilidad asumir el papel de mentor del príncipe Einon (Lee Oakes / David Thewlis). Es un adolescente demasiado influenciado por su padre, el déspota rey Freyne (Peter Hric), conocido por dar caza a los últimos vestigios de los dragones. En mitad de un combate, Einon resultará herido de gravedad. En su intento por salvarle la vida, la reina Aislinn (Julie Christie) hará un pacto con un dragón (voz de Sean Connery) para poder salvar la vida de su hijo.
Dragones y caballeros
Tras salvarle la vida, Einon deshonrará todo cuanto había jurado ante Bowen para seguir los pasos de su padre. Ante esto, su mentor culpará al dragón de haber hechizado al muchacho para hacer el mal. De este modo, jurará dar caza a todos los dragones que sigan vivos. El caballero interpretado por Quaid dejará atrás todas las promesas e ideas que habían regido su vida para convertirse en un mercenario a saldo. Tan desvirtuado, como valiente en sus hazañas. En una época en la que los códigos de honor son pasto de burla para la muchedumbre, y en la que cada vez cuesta más vislumbrar un dragón surcando los cielos (para el bien de todo el mundo), se apunta a una suerte de historia crepuscular protagonizada por un caballero en busca de recuperar su rumbo.
Durante su camino, Bowen se irá cruzando con varios personajes que le ayudarán en varios aspectos. A destacar el fraile Gilberto (Pete Postlethwaite) y la aldeana Kara (Dina Meyer). Hay aquí una historia quizás no muy original, pero seguramente debido a ello perfectamente efectiva. No busca innovar ni sorprende en su desarrollo, y los espectadores más avezados seguro no tardarán en anticiparse al desenlace de la historia. A pesar de estar rodada en imagen real, y contar con alguna escena de violencia suave, en muchos aspectos “Dragonheart” se siente como una fábula de animación más de Disney. En su fondo, no deja de haber el corazón de un niño.
El crepúsculo de una época
Rob Cohen nunca ha sido un realizador especialmente dotado. Su filmografía destaca por títulos tan dispares como “Dragón: La historia de Bruce Lee” (1993), “Pánico en el túnel” (1996) o “A todo gas” (2001). En ellas se puede entrever a un cineasta artesano que cumple bien su cometido, pero sin destacar. Si hay algo que se vislumbra en el caso de “Dragonheart”, es la decisión de poner la puesta en escena al servicio de tres factores principales.
En primer lugar, las localizaciones eslovacas reales (en el intento de hacerlas pasar por ubicaciones inglesas). En su ambientación fantástico-medieval, “Dragonheart” no escatima en planos de paisajes y de los múltiples castillos que vamos viendo en la pantalla. Junto a esto, y siendo ahora el segundo punto principal, el diseño de producción que da lugar a la construcción de cavernas, aldeas, presas o murallas. Con un derroche de extras y construcciones que remite a una Hollywood de otra época. Una previa el boom del CGI que empezaría tan solo unos años después del estreno de “Dragonheart”, y que cambiaría el cine para siempre. Es con esto que entramos en el tercer aspecto importante de la puesta en escena de Cohen.
Al servicio de la historia
La década de los 90 destaca en el ámbito de los FX por ser los años cuando se hacen los primeros esfuerzos en el mundo del CGI. En esos días tan sólo se utilizaba para acompañar algunos efectos prácticos -véase el caso de “Terminator 2: El juicio final” (James Cameron, 1991)-, o para efectos puntuales y contados que no se podían hacer de ningún otro modo. Por ejemplo, los portales interdimensionales de “Stargate, puerta a las estrellas” (Roland Emmerich, 1994) o los escarabajos de “La momia” (Stephen Sommers, 1999). En el caso de “Dragonheart”, la puesta en escena también está al servicio de las necesidades de un personaje como el de Draco.
Hay ahí un esfuerzo consciente para integrar el dragón dentro de las localizaciones reales. También para resaltar el gran tamaño de la criatura puesta al lado de cualquier humano. Visto hoy en día, cabe destacar lo bien que ha envejecido y lo realista que parece durante casi todo el metraje. No se debe tanto a la calidad del acabado del render (realmente excelente, aunque se nota que la tecnología no era como la de ahora), si no por la animación. Existe un trabajo previo para vincular la personalidad del personaje con el modo de moverse e interactuar con los elementos que le rodean. La finalidad, hacer que el personaje parezca vivo de verdad. Aunque la tecnología todavía necesitaba recorrido para crecer, se notaba que detrás de todo había algo todavía más importante: gente creativa y mentes pensantes, no perfiles puramente técnicos al servicio del “todo vale” tan de moda ahora mismo.
«¿Qué hace tan especial a una película como “Dragonheart”? La práctica imposibilidad de que hoy en día se produzca un proyecto así, y con esos mismos valores de producción, la convierte en una suerte de reliquia disfrutable de otra época. Un tipo de fantasía heroica como ya no se suele hacer. Con un fondo además lleno de corazón y bondad.»
Es irónico como lo mencionado hasta ahora pudiera pasar más desapercibido cuando se estrenó, dado que aquello era el status quo habitual. Sin embargo, visto ahora, sobresale como algo incluso extraordinario considerando el estado actual de la industria cinematográfica y el abuso de CGI en gran parte de las producciones. Muchos de los títulos mencionados en esta sección ejemplificarían el fin de una época, pues George Lucas volvería a revolucionar el mundo de los efectos especiales el año 1999 con el estreno de “Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma”. Empezaría a estandarizarse el uso del CGI para recrear cosas que antes se hacían mediante construcciones físicas. Tras esto, ya nada volvería a ser lo mismo.
Algo parecido a todo ello se puede decir de la banda sonora compuesta por Randy Edelman. Aunque la dupla formada por “The World of the Heart” y “To the Stars” suponen algunos de los tracks más reconocibles de la historia de la música cinematográfica, el conjunto no es especialmente memorable. Por aquella época había varios pesos pesados componiendo frecuentemente, como John Williams, Jerry Goldsmith o Alan Silvestri. A su lado, Edelman simplemente se quedaba detrás. Aún así, en sus trabajos se denota un gusto por musicalizar las películas con una partituras originales y adecuadas a cada producción. Puesto en perspectiva, el trabajo de Edelman hace palidecer muchos esfuerzos escuchados en el cine comercial actual.
Hacia las estrellas
¿Qué hace tan especial a una película como “Dragonheart”? Difícilmente se puede considerar una gran película. Pero sí es una buena producción de género. Un tipo de fantasía heroica como ya no se suele hacer. Con un fondo además lleno de corazón y bondad. Destinada al target más joven al que está dirigida tota la propuesta.
La práctica imposibilidad de que hoy en día se produzca un proyecto así, y con esos mismos valores de producción, la convierte en una suerte de reliquia disfrutable de otra época. En lo que respecta a blockbusters, “Dragonheart” nació en una época en la que todavía existía un mínimo equilibrio entre las ganas de hacer cine y la necesidad de hacer taquilla… Sin disparar los costes de producción hasta los niveles actuales.
En resumen, un gran entretenimiento y película de fantasía heróica.