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El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)

09/07/2015
El resplandor imagen destacada

Stanley Kubrick es de esos pocos directores que a lo largo de su carrera ha conseguido entender los entresijos de cada genero cinematográfico para poder sacar autentico oro de cada uno de ellos. Podemos contar: “2001: Una odisea en el espacio” (1968) en la ciencia ficción, “Senderos de gloria” (1957) en el cine bélico, “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” (1964) para la comedia, “Atraco perfecto” (1956) en el cine negro o, como es el caso que nos concierne, “El resplandor” para el terror. En esta ocasión Kubrick hace un estudio sobre el concepto del terror adaptando muy libremente una novela homónima de Stephen King.

Se trata de una historia sobre casas encantadas, con el caso concreto de un gigantesco hotel construido encima de un antiguo cementerio indio en medio de la montaña (idea que Tobe Hooper tomaría prestada para “Poltergeist: fenómenos extraños” (1982)). Informándole de ello, a Jack Torrance (Jack Nicholson) le es ofrecido un trabajo de mantenimiento en el hotel durante la temporada invernal. En estas fechas las duras nevadas dificultan el acceso a través de las carreteras. Sin embargo, esto no le impide llevarse con él a su mujer Wendy (Shelley Duvall) e hijo Danny (Danny Lloyd) para así poder terminar de escribir su novela. El hotel aprovechará el aislamiento y las propias debilidades de cada personaje para atacarlos, tomando a Jack como centro de su maldad.

Jack Nicholson en El resplandor
Jack Nicholson es Jack Torrance

El resplandor: adaptando la novela de Stephen King

Con esta premisa Kubrick desarrolla esta inquietante producción de terror en la que aprovecha con su maestría habitual distintos recursos cinematográficos. Así, hace un retrato psicológico del personaje de Nicholson. Expone su propia visión del miedo y crear una progresiva atmósfera agobiante que culminará en un final auténticamente angustiante. Para ello se sirve sobretodo de un expresivo uso del sonido para crear un mundo auditivo acorde con la tensión creciente del film, y es que el director es por encima de todo un realizador sensorial que entiende el cine como un medio visual y sonoro con el que manipular las percepciones del espectador, relegando la vertiente narrativa a un plano secundario.

Considerando esto no es de extrañar que se sucedan cambios bruscos en el comportamiento de Jack entre escena y escena, confiando plenamente en un Nicholson que da rienda suelta a su histrionismo usual para magnificar la locura a la que es sometido, conformándolo así en la segunda pieza clave de la película después del director. Será tan sólo a partir de unos breves comentarios sobre la relación con su familia que nos permitirán formarnos una idea sobre su carácter. Información, además, que será la base sobre la que se edificará la demencia que manifestará.

Shelley Duvall en El resplandor
Shelley Duvall es Wendy

Terror kubrickiano

Como ya he mencionado, Kubrick utiliza el sonido para conducir las emociones de los espectadores hacia donde él quiere, ya sea a partir del ruido que hacen las ruedas de la bici de Danny, diversos efectos de audio que pesan sobre el espectador o incluso los diálogos del personaje de Duvall, cuya selección en el papel de mujer débil y falto de carácter se debe en gran medida al timbre agudo de su voz.

No es que su actuación sea desdeñable, ni mucho menos, pero con ella hay una voluntad de provocar molestia al personaje de Nicholson. El sentimiento se traslada al propio espectador junto a la intencionada sensación de malestar y fatiga causada por toda la situación. Kubrick es conocido por su trato un tanto inhumano hacia sus actores. Ejemplo de ello el de Nicholson, quien se vio obligado a comer algunos de sus platos más odiados para poder conseguir aumentar la sensación de repulsión que manifiesta llegados a cierto punto de la historia.

Peor trato recibió Duvall, quién fue víctima de variados maltratos psicológicos para que al final pudiera transmitir con veracidad el miedo que siente cuando es testigo de la maldad que reside en el hotel. Por suerte, las cosas fueron diferentes para Danny Lloyd, a quien Kubrick decidió proteger durante la producción haciéndole creer que estaban rodando un simple drama. De todo ello se desprende la gran capacidad del director para dirigir a sus actores, pues es increíble lo sincera que parece la actuación del pequeño en todo momento. Sin embargo sí fue víctima de la incesante necesidad del director de repetir las tomas interminablemente para conseguir la perfección visual que lo ha definido en todos sus trabajos.

Danny Lloyd en El resplandor
El resplandor, de Stanley Kubrick

Marcando estilo

Hay algo destacable en Kubrick: no tiene ningún tipo de pudor en utilizar ciertos recursos visuales de los que otros directores huirían corriendo. Como sería el uso de un angular cuyas deformaciones juegan a modo de espejismo del protagonista, un uso del zoom sorprendentemente bello y efectivo, y un engañoso uso de los puntos de vista utilizados para confundir al espectador.

Lo más memorable por eso es el uso que le da a la steady-cam. Con ella se realizan unos hipnotizantes seguimientos de Danny en su bici por los pasillos del hotel como si el director quisiera guiarnos hacia el mismo corazón del terror. Dado que la mayor parte de la película tiene lugar en unos parajes inundados por la nieve, la imagen adquiere una frialdad opresiva que hará del exterior un paraje tan peligroso como el interior del hotel. Igual de eficaz es la excelente selección musical que Kubrick utiliza. Abundan los tonos alargados y graves acordes con el tono general de la obra, y a veces con sonidos tribales.

Una filmografía impecable

Lo que Kubrick sabe muy bien a la hora de abordar esta adaptación es que no hay nada más terrorífico que el miedo a lo desconocido. A aquello que no podemos o no queremos entender. Siguiendo esta norma, el director realiza “El resplandor” manteniendo los factores principales de la historia entre las sombras, sin ninguna pretensión de dar explicaciones sobre lo que esta sucediendo.

Es quizás este sentimiento de abrazar el concepto de terror de un modo tan puro que hace de la película una de esas obras inmortales que se niegan a envejecer. Porque el miedo, tal como nos lo presentan, es algo imperecedero. Algo que tiende a manifestarse perpetuamente como si de un bucle cíclico se tratara, cayendo a las manos del individuo el poder de someterse a ello o sobreponerse a la situación.

Como todo en la filmografía de Kubrick, imprescindible.