Un necesario cambio de rumbo
Con “Harry Potter y la Orden del Fénix” la franquicia entraría en una nueva etapa que, películas tras película, empezaría a tomar caminos cada vez más distintos a los vistos hasta ahora. Puede que fuera consecuencia de querer romper con una estructura repetida entrega tras entrega. O de que a partir de ahora la franquicia caería en manos de un mismo director, David Yates. Tal vez fuera consecuencia simplemente de la tendencia durante la segunda mitad de los ‘00 de unos blockbusters juveniles de tono pretendidamente más serio y dramático.
Fuera como fuera, esta quinta entrega se enfrentó con el reto de adaptar la novela más larga de la serie, criticada por ello porque se sentía alargada artificialmente con mucho contenido de poca importancia. Por encima de esto, se trató de la primera historia del mago en la que su gran villano, Voldemort, vivía ya resucitado tras el fatídico desenlace de su entrega anterior “Harry Potter y el cáliz de fuego” (Mike Newell, 2005).
Cuando empieza la película, Harry (Daniel Radcliffe) vive atormentado por lo vivido en el último curso en la escuela Hogwarts. Además, vive cansado del maltrato de sus tíos. Está enfadado por la falta de noticias de sus amigos o de cualquier acontecimiento del mundo mágico, tras el resurgimiento de Voldemort. La aparición de un Dementor, un espectro que quita el alma a las personas, en el barrio suburbano donde vive le sacará del estupor en el que se encuentra.
Lo malo…
Si hay algo que ha caracterizado la rotación en la silla del director película tras película es que cada uno de ellos le ha dado un tono diferente a la adaptación. Chris Columbus trajo clasicismo fabulístico a las dos primeras entregas, Alfonso Cuarón un estilismo visual y contención dramática, o Newell su sentido del humor inglés. David Yates es una decisión sorprendente para la dirección dado que, a diferencia de los anteriores, no viene de ninguna producción que sea ni remotamente parecida. Como tal, acierta en coger lo mejor de cada director anterior para hacer un batiburrillo estilístico funcional, pero finalmente impersonal. Tampoco ayuda una puesta en escena rudimentaria y falta de ritmo que seguramente termina convirtiendo “Harry Potter y la Orden del Fénix” en la película de la saga peor realizada hasta el momento de su estreno.
Además, cae en el mismo problema de adaptación visto en todas las anteriores salvo “Harry Potter y el prisionero de Azkaban” (Alfonso Cuarón, 2004): una exacerbada fidelidad hacia el original. Aunque ello se pueda entender al estar ante uno de los fenómenos literarios más grandes de las últimas décadas, no deja de surgir la pregunta de si no hubiera sido mejor saltarse partes enteras de la narración de un original que, por otra parte, ya se le criticó de ser mucho más largo de lo necesario. Sin embargo, cabe señalar que estamos ante lo que estamos. El miedo de decepcionar a los fans -temor, por cierto, todavía más agravado y palpable en las grandes franquicias actuales-, era mayor que el miedo a realizar un título menos redondo de lo que se podría haber conseguido.
…y lo bueno de Harry Potter y la Orden del Fénix
Llegados a este punto, cabe decir que no todo es malo. Lo más destacable, al menos para el que esto suscribe, es la creación de unas escenas de acción más visuales que lo visto en las películas anteriores, y que lo descrito en las novelas originales. Partiendo de la base de que libros y cine son medios distintos, y lo que funciona en uno no tiene porque trasladarse bien si hecho literalmente, en “Harry Potter y la Orden del Fénix” se da un toque más espectacular y vistoso a los poderes de los magos que convirtien las escenas de acción en algo diferente y memorable. Se trata de una adaptación seguramente acertada, y que dista de los conservadurismos del resto de la adaptación.
A medias tintas queda la composición de Nicholas Hooper, quien toma el relevo de Patrick Doyle, tras recogerlo por su parte de John Williams. Está claro que la sombra del maestro siempre se proyectará larga pase por donde pase. Así, cualquier comparación con sus trabajos probablemente sea injusta. El trabajo final de Hooper es un tanto irregular, con un trabajo desaprovechado, del que apenas destacan un par de temas como “Dumbledore’s Army”, “A Journey to Hogwarts” o “Possession”.
«Para bien y para mal, el trío protagonista ha crecido en los papeles, con lo que es posible que se hayan adaptado las secuencias a sus fortalezas como intérpretes. Aunque llegados a esta quinta entrega, ya poco importa el talento de cada uno, pues el rostro de cada actor con cada personaje se ha convertido en indisociable«
Por otra parte, en reseñas anteriores ya habíamos apuntado como la presentación de nuevos personajes coloridos y de rasgos únicos en cada entrega dan un aire fresco y diferente a cada una de ellas. En esta ocasión se presentan varios personajes nuevos, pero son tres los que decididamente destacan por encima de los demás: Imelda Staunton en el papel de la insoportable y repelente Dolores Umbridge, Evanna Lynch como la adorable Luna Lovegood, y Helena Bonham Carter en un papel perfecto para ella: la desquiciada Bellatrix Lestrange, una de las seguidoras más peligrosas de Voldemort.
Los sospechosos habituales
Alrededor de esas nuevas incorporaciones van pasando caras conocidas, a destacar: Michael Gambon, en una interpretación de Dumbledore más comedida y apacible, en sintonía con lo hecho por Richard Harris en las primeras entregas. Por su parte, Alan Rickman vuelve a Severus Snape con su dualidad y deje repugnante habitual, volviendo a ofrecer la mejor interpretación de la película. Gary Oldman hace las suyas como el bueno de Sirius Black.
Para bien y para mal, el trío protagonista ha crecido en los papeles, aceptando lo bueno y lo malo de cada uno, seguramente adaptando las secuencias a sus fortalezas como intérpretes. Realmente, cuando se empieza un proyecto de la magnitud de esta franquicia, en la que se sabe que la decisión de reparto para los jóvenes protagonistas repercutirá en gran parte en el buen funcionamiento de toda ella, uno solo puede limitarse a esperar lo mejor. Realmente, es muy complicado poder discernir cuales de ellos crecerán para convertirse en buenos actores.
Sin embargo, también puede ser cierto que llegados a esta quinta entrega ya poco importe el talento de cada uno, pues los hemos visto crecer en dichos papeles, convirtiéndose en indisociable el rostro de cada actor con cada personaje. De este modo, Emma Watson resulta igual de elegante y efectiva como Hermione. Rupert Grint es sorprendentemente solvente en el papel de Ron, y Daniel Radcliffe es, quizás, el que sale peor parado. Dicho esto, la película acierta de pleno en el retrato de Harry como un ente honestamente bueno y modesto, pese a todo lo que ha tenido que vivir a lo largo de las películas. Es la primera vez que se percibe al héroe al que está destinado convertirse, a pesar de todas sus inquietudes.
Un gran fenómeno de masas
Con todo esto, “Harry Potter y el Orden del Fénix” termina siendo una adaptación que, por encima de todo, sufre de lo mismo que del libro: un exceso de contenido. El exceso de metraje aquí la convierte, si bien no en la entrega más floja hasta ahora, sí en la más soporífera.
Otra cuestión muy diferente es que la película, en cuanto a concepto de franquicia, finalmente acoge con los brazos abiertos su condición de, en este caso, quinta entrega dentro de una macrosaga. Aunque esto pueda ser bueno para el bien del conjunto, probablemente sea en detrimento del concepto de unidad dramática que hasta ahora se había mantenido bastante bien.
El que esto sea bueno o malo dependerá, como es normal, de lo que cada uno busque en la película. Porque, como ya hemos dicho, no estamos ante una película cualquiera: se trata de la adaptación de unos de los mayores fenómenos literarios de las últimas décadas.