Sombras en la Inglaterra Victoriana
Hay una anécdota en la creación del personaje de Sherlock Holmes. Durante la época victoriana hubo un gran interés entre la alta sociedad inglesa hacia temas de ocultismo y espiritismo. Se dejaban de lado explicaciones científicas y racionales para empezar a profundizar en temas asentados en cuestiones poco explicables. Es en este contexto que Arthur Conan Doyle decide perfilar la figura del detective con un carácter puramente cerebral, precisamente para contradecir dichas tendencias. Aunque los relatos originales tienen conflictos y problemas terrenales, creados específicamente para estar a la altura del intelecto del personaje, el planteamiento de los misterios están asentados en el terreno de lo fantástico, y, a veces, de lo terrorífico. Cabe subrayar que el carácter fantástico de esas historias recae, “simplemente”, en la imposibilidad de su propio planteamiento. Uno que, insistimos, sólo puede resolver alguien como Sherlock.
Todo esto parece ser la base para que Warner Bros pusiera en desarrollo una nueva adaptación del personaje, actualizando todo el lore de la serie para las sensibilidades del cine comercial del momento. Es así que el año 2009 llega a las salas ésta “Sherlock Holmes”, bajo la dirección de Guy Ritchie y con Robert Downey Jr y Jude Law en los respectivos papeles del detective y del doctor John Watson.
Así, la película abre in media res, con Sherlock Holmes (Downey Jr) y su compañero el doctor John Watson (Jude Law) en plena persecución para detener a Lord Blackwood (Mark Strong), un aristócrata sumergido en el mundo del ocultismo, antes de que cometa un asesinato.
Insuflando vida nueva
Tras más de una década sin ningún estreno del personaje en la gran pantalla -más allá de una adaptación venezolana cetosa titulada “Sherlock Holmes en Caracas” (Juan Fresan, 1991)-, Warner Bros decide hacer una puesta al día del personaje creado por Conan Doyle. En una Hollywood a las puertas de vivir el boom del cine de superhéroes, se decide por una juvenilización del personaje, mostrando una faceta eminentemente física y activa a la que apenas se había hecho incidencia en iteraciones previas. Se sirven de las habilidades pugilísticas descritas por Conan Doyle en los relatos originales para convertir a Sherlock en un hombre tanto de acción como de investigación. A diferencia de las versiones previas del personaje, lo presentan como una suerte de rata callejera. Se trata de una versión menos majestuosa y seria, para abrazar un tono más desvergonzado.
Es quizás por eso que se decide confiar en Guy Ritchie para dirigir la propuesta. Director inglés, es especialmente famoso por “Lock & Stock” (1998) y “Snatch. Cerdos y diamantes” (2000). A lo largo de su filmografía ha desarrollado un estilo visual muy particular y fácilmente reconocible. Se trata de uno dinámico, con buenas transiciones, cortes rápidos con montaje en paralelo y muchos movimientos de cámara. Su planificación da pie a un cierto gusto estético, si bien gran parte del atractivo visual cae en manos de la fotografía de Philippe Rousselot y el diseño de producción de Sarah Greenwood.
Las hazañas de un detective
La dirección de Ritchie no llega a saturar o confundir como puede pasar con este tipo de estilos, pero si se le da un ritmo a la película que difícilmente aburrirá. Como poco, choca con la puesta en escena de cualquier otra adaptación de Sherlock Holmes realizada hasta ahora. Probablemente vaya en virtud de la intención de convertir al detective en una figura más física y heróica de lo visto hasta ahora. Ritchie utiliza cámaras lentas, voces en off, ralentí y, a veces, cuando el momento se presta a ello, un montaje videoclipero. Són recursos modernos que, como poco, sorprende ver en una producción de época como ésta. Sin embargo, cabe mencionar que, por encima de otra cosa, se trata de una superproducción de Hollywood con ganas de entretener.
Con todo, no se trata de un mal trabajo de dirección. Ayuda que se trate de una puesta en escena, mejor o peor, pero estudiada previamente. El estilo funciona bien con la historia, e incluso lo amolda a las características que da un personaje como éste. Como sucede con cualquier estilo muy marcado, habrá quien no entre en esta propuesta, pero lo cierto es que hay un cierto ingenio en como se aprovechan los recursos audiovisuales para narrar las aventuras de este Sherlock Holmes.
Hans Zimmer se encarga de una música que deja de lado la musicalidad inglesa habitual, para abrazar unas tonalidades eslavas y de gitano, que por algún motivo se los atribuyó al personaje. El tema principal, “Discombobulate”, marca el tono que sigue el resto de la composición. Es un tema divertido y excéntrico, que en cierto modo recuerda al tema de Jack Sparrow en la saga de Piratas del Caribe.
Magia vs Ciencia
“La magia es solo ciencia que no entendemos aún”.
Esta frase viene de boca de Arthur C. Clarke, uno de los escritores de ciencia ficción más importantes de la literatura. Entre sus novelas encontramos títulos tan celebrados como “El fin de la infancia” (1953), “2001: Una odisea espacial” (1968) o “Cita con Rama” (1973).
Resulta significativo para la película debido al contexto cuando acontece la historia. La acción sucede en 1891, a punto de entrar en un nuevo siglo. La ciencia está haciendo sus primeros avances sorprendentes, y en una sociedad mayoritariamente ignorante de esos temas y creyentes en temas espirituales, les es muy fácil creer todas las acciones presuntamente mágicas que comete Blackwood. Bajo esta idea se intenta crear un discurso sobre el potencial de los avances tecnológicos, y lo sobrenatural versus lo racional.
Junto a todo esto, la historia arranca en un punto crucial en la relación entre Sherlock y Watson: el buen doctor se va a casar con Mary Morstan (Kelly Reilly), y abandonará definitivamente sus aposentos en la calle 221B de Baker Street.
La pena de todo ello es que la película intenta hacer malabares con tantos elementos que no se centra en ninguno y todo queda en ideas meramente apuntadas. Todo ello a favor de dar el mayor ritmo posible a la narración para lo que es, al fin y al cabo, un blockbuster más en busca de una gran recaudación.
Recientemente se ha estrenado “Misterio en Venecia” (Kenneth Branagh, 2023), una película que aborda el discurso de lo sobrenatural contra lo racional de un modo más satisfactorio.
El Sherlock Holmes de Robert Downey Jr
En las películas de Ritchie se suelen presentar diversos personajes de moralidad gris. Sin ser villanos, tienen sus encuentros con la ley. El Sherlock de la película tiene más aristas que versiones previas. Aunque no comete crímenes, no tiene problemas con relacionarse con delincuentes como los que pone en prisión. Son rasgos ya existentes en el original, pero potenciados en “Sherlock Holmes”. Como ya se ha mencionado, se presenta a un Sherlock mucho más activo de lo habitual. La escena inicial lo presenta directamente corriendo hacia su objetivo, atajando entre callejones para llegar a la escena del crimen antes que el carruaje de Scotland Yard. La película no esconde la vertiente yonqui del personaje. Se lo retrata como un adicto a sustancias de todo tipo, y como alguien que prefiere vivir en la oscuridad de su apartamento en Baker Street cuando no tiene ningún caso entre manos.
Por su parte, éste Sherlock Holmes interpretado por Downey Jr es muy diferente a lo visto anteriormente en otras versiones. Se podría decir que su personaje es tan bueno como el carisma propio del actor, sin más matices. Le da al personaje un punto socarrón, neurótico y burlón. Aunque sus palabras denotan indiferencia, este Sherlock es más emocional de lo habitual, y se preocupa claramente por los suyos. Especialmente por Watson. Se podría resumir como una versión del personaje a caballo entre el Nicol Williamson de “Elemental doctor Freud” (Herbert Ross, 1976) y la inmadurez del Dr House (interpretado por Hugh Laurie) en la serie de televisión “House M.D.” (2004-2012).
La troupe de Sherlock Holmes
Esta serie de televisión parece servir también de referencia para escribir la relación con el John Watson de Jude Law. Se nota un sentimiento de camaradería entre ellos al ver cómo Law recibe las puyas de Downey Jr con paciencia y sentido del humor. Ésta versión de Watson es de las más capaces vistas en la gran pantalla. Decidido, tenaz, y sin miedo a plantar cara a su amigo. Se decanta por una versión definitivamente más atlética que en versiones previas, recordando que el Watson más corpulento llega en algunos de los relatos más tardíos de Conan Doyle. Es, en fin, una apuesta hacia la modernización del personaje para atraer a una audiencia juvenil afín al espectador medio contemporáneo.
Lo cierto es que el resto del reparto se limita a cumplir su cometido, sin más. Eddie Marsan es el detective Lestrade, objeto de burla del dúo protagonista. Choca muy positivamente la seriedad de su interpretación con el punto enclenque en como está escrito. Mark Strong da presencia a un villano falto de un mayor desarrollo, más allá de sus supuestas habilidades sobrenaturales. El eslabón débil en el reparto es la Irene Adler de Rachel McAdams. Personaje que ejerce de femme fatale victoriana, la actriz no termina de cuajar en un papel que debería desprender más dureza y sensualidad para resultar convincente en su misión. Irónicamente, Kelly Reilly ofrece un sensualismo y carácter aristocrático a su Mary Morstan que habrían venido bien a McAdams.
Hacia una nueva época
Con todo, la sensación de ésta “Sherlock Holmes” es de una película que no termina de encontrar su lugar. No termina de tener un relato lo suficientemente enrevesado, como suele ser habitual en otras adaptaciones del personaje. La investigación falla en su desarrollo. No termina de ahondar en sus temáticas y dramas principales. Solo su endiablado ritmo y la vertiginosa dirección de Ritchie encajan la película como cine palomitero, quedando todo el conjunto como un correcto divertimento.
La química entre Robert Downey Jr y Jude Law seguramente será lo mejor de la función, y pide a gritos ver más aventuras con ambos juntos. La historia cierra con la promesa de más casos, y dos años más tarde vería luz una continuación titulada “Sherlock Holmes: Juego de sombras” (Guy Ritchie, 2011), donde Sherlock se ve las caras contra su mayor archienemigo: el profesor James Moriarty.