¿Y si…
…Sherlock fuera en realidad una persona real, más falible que la versión descrita en los relatos? ¿Y si Moriarty no fuera más que producto de la imaginación de la mente del detective? ¿O si fueran, en realidad, la misma persona? ¿Y si… Watson fuera el genio real de la pareja, y Sherlock una simple invención literaria suya? Si todas las primeras preguntas formaron parte de distintas versiones setenteras y ochenteras de la famosa obra creada por Artur Conan Doyle, la última de ellas seria la premisa que el director Thom Eberhardt y los guionistas Gary Murphy y Larry Strawther desarrollarían en “Sin pistas”. Una de las múltiples revisiones del material original, centradas en dar un giro a la figura de Sherlock. En esta ocasión, sería en clave de comedia.
En la narración, John Watson (Ben Kingsley) es un doctor y detective que crea la figura de Sherlock Holmes para poder resolver crímenes de incógnito. Cuando las historias se convierten en un hito, se ve obligado a contratar a un actor para que represente físicamente a su creación. Este cargo caerá en los hombros de Reginald Kincaid (Michael Caine), un actor venido a menos, mujeriego y borracho. Sin embargo, uno de los muchos casos pondrá a prueba la paciencia del doctor hacia su compañero. Hecho que coincidirá con el robo de unas planchas con las que falsificar dinero al libre albedrío de cualquier criminal. Encontrarán ayuda en Leslie Giles (Lysette Anthony), cuyo padre ha desaparecido misteriosamente.
¿Fórmula agotada?
Siguiendo con las preguntas, ¿estaba agotada la fórmula original del personaje? Estrenada a finales de la década de los 80, esta nueva iteración del personaje vuelve a la intención de esas décadas previas de dar la vuelta al material original, mientras se intenta mantener intactos algunos de los rasgos principales. Posiblemente se creyera no poder hacer nada igual de memorable que los seriales protagonizados por Basil Rathbone y Nigel Bruce, o “El perro de Baskerville” (Terence Fisher, 1959) con Peter Cushing en el papel principal. Como bien se puede sacar de su propia premisa, en “Sin pistas” existe más bien una intención de revisionar desde la comedia que desde el drama.
Las cosas son como son: la idea tiene mucha enjundia. Si a eso añadimos la intención de convertir a Watson en el Sherlock real, y destacar por encima de todos los rasgos del detective literario su lado más vanidoso, da para una pareja protagonista de lo más divertida. Todo ello salpimentado por un sentido del humor inglés, con sus dosis de ingenio y sarcasmo. Con, además, dos intérpretes de la magnitud de Michael Caine y Ben Kingsley. No es descabellado afirmar que ellos son los dos grandes pilares de una propuesta que, por desgracia, no termina de funcionar tan bien como le gustaría.
Bien es cierto que el guion da para algunos gags o sketches realmente buenos (la estantería del editor de Watson, o las peripecias del tercer acto). Sin embargo, no sabe mantener el pulso narrativo a la hora de manejar sus distintas palancas. Desde un misterio cuya investigación no termina de tener todo el gancho necesario, a unos gags que no siempre funcionan igual de bien.
El equipo de Sin pistas
La realización de Eberhardt no deja de ser un tanto funcional. Permite que luzca la recreación histórica de la Londres victoriana, pero no siempre encuentra el ingenio necesario para resaltar las bromas del guion.
Hay en general un buen trabajo de diseño de producción, y de localización para el periplo en el que se embarcan los personajes para resolver el misterio principal. Sin tener el aire de una gran superproducción, al menos sabe jugar bien con los recursos disponibles.
Por otra parte, Henry Mancini vuelve al universo de Sherlock Holmes tras haber compuesto la música para “Basil el ratón superdetective” (VVAA, 1986). El trabajo del compositor sigue siendo igual de rítmico y animado. Al final y al cabo ambas comparten un tono jovial, además de una misma temática. En general, en “Sin pistas” no hay una gran presencia de la música. El trabajo de Mancini se limita a unos pocos momentos. Sin embargo, cuando entra, lo hace por la puerta grande. Su entrañable tema principal lo demuestra.
Reversión de roles
La historia se esfuerza por presentar a su propia versión del profesor Moriarty, con el rostro de Paul Freeman. Descrito en la narración como un genio del mal, hay un momento especialmente divertido en que Watson explica a Kincaid que el profesor está detrás del misterio principal de la historia. Ante esto, el personaje de Caine lanza un alarido y entra en pánico. Con detalles como este se entrevé un pasado entre los personajes, y se alza la figura de Moriarty como alguien a quien temer.
Sin embargo, cuando se pasa de palabras a actos, el personaje queda relegado a un simple villano de opereta. Recuerda más a la estrafalaria versión de la excelente serie de animación “Sherlock Hound” (1984-85), que a la figura siniestra descrita por los personajes. Si bien podría ser una decisión intencionada dado el tono general de la propuesta, si no termina de resultar del todo creíble -a diferencia de la mencionada serie de animación, donde los retratos de héroe y villano están más nivelados- es debido a que Watson sí está escrito como un detective formidable y serio. Faltaría ahí entonces el mismo tipo de trato para Moriarty. Más allá de eso, Freeman hace un trabajo tan bueno como puede con el material que le dan.
«Puede que con ‘Sin pistas’ no estemos ante una gran comedia ni adaptación de Sherlock Holmes. Pero en su condición de versión alternativa queda una propuesta bastante interesante -y divertida- para los seguidores de las historias del detective.»
A Watson le dan rasgos del Sherlock literario. Es un personaje muy vanidoso, pero también inteligente y audaz. No teme engañar a los que le rodean si ello facilita la resolución del caso. Busca la gloria de su nombre, pero no tiene ningún interés especial hacia las mujeres. Como hemos apuntado antes, Kingsley hace un papel extraordinario. Por otra parte, Jeffrey Jones se pone en la piel de Lestrade, el eterno objeto de burla de los personajes. Quizás porque aquí no hay una figura de Watson clara, se retrata al policía como alguien más perspicaz de lo habitual.
Resulta bastante gracioso ver la seriedad con la que Caine abraza el personaje que le toca protagonizar. Actor de corte habitualmente dramático, sabe encajar muy bien los gags, sus timings, y necesidades del momento. Muestra de su compromiso hacia su profesión, se puede remitir a su versión del ávaro Ebenezer Scrooge en “Los teleñecos en Cuento de Navidad” (Brian Henson, 1992) para la que aseguró tomarse el papel tan en serio como si estuviera en una producción Shakesperiana. Como anécdota, el mismo año de estreno de “Sin pistas”, Caine daría vida al Inspector Jefe Frederick Abberline en el telefilm “Jack el destripador” (David Wickes, 1988).
Anecdótica, sin más
Es posible que “Sin pistas” no sea una de las mejores adaptaciones del personaje. No tiene nada que ver con el intercambio de roles. Como comedia, es resultona por algunos gags bien medidos. Como adaptación de Sherlock Holmes, es curiosa a modo de un what if anecdótico. Años más tarde se estrenaría otra versión en clave de comedia: “Holmes & Watson” (Etan Cohen, 2018), con un sentido del humor más pueril y propia de la peor comedia americana.
Por otro lado, hay un esfuerzo por abarcar distintos elementos del lore del personaje. Ahí están los ya mencionados inspector Lestrade o el profesor Moriarty. También encontramos una Sra. Hudson (Pat Keen) mucho más activa y auto paródica de lo habitual, y al pequeño Wiggins (Matthew Savage) liderando a los irregulares de Baker Street.
En resumen, puede que no estemos ante una gran comedia ni adaptación de Sherlock Holmes. Pero en su condición de versión alternativa queda una propuesta bastante interesante -y divertida- para los seguidores de las historias del detective. Para los demás, gustará más o menos en función del gusto personal por una comedia que apuesta -con mayor o menor fortuna- por un sentido del humor inglés. Ahí queda la cosa.