Choque de titanes
Los choques entre grandes rivales tienen un interés inherente difícil de igualar. Ya sea un Batman contra el Joker -como en “El caballero oscuro” (Christopher Nolan, 2008)-; Amadeus Mozart contra Antonio Salieri -”Amadeus” (Milos Forman, 1984)-; Tom Doniphon contra Liberty Valance – “El hombre que mató a Liberty Valance” (John Ford, 1962); y así un largo etcétera. Tras la buena recepción de “Sherlock Holmes” (Guy Ritchie, 2009), una secuela no tardaría en llegar en la forma de ésta “Sherlock Holmes: Juego de sombras” (2011). Su idea principal: un peligroso cara a cara entre el detective y su mayor némesis, el profesor James Moriarty. Guy Ritchie repite en la dirección, así como la mayor parte del reparto de la primera entrega.
La narración arranca con el anuncio de distintos escándalos y crímenes producidos en todo el mundo. Presuntamente desconectados entre todos ellos, Sherlock Holmes (Robert Downey Jr) percibe líneas parecidas entre todos los actos, que parecen confluir en la persona del profesor James Moriarty (Jared Harris). De este modo, el famoso detective se embarcará en una aventura por Europa junto al doctor John Watson (Jude Law) para frenar los planes de su peligroso adversario.
Presentando a un (super)villano
En el caso de Sherlock y Moriarty, la rivalidad sorprende cuando se reflexiona sobre su impacto real en las historias escritas por Arthur Conan Doyle. Presentada en el relato corto titulado “El problema final” (1893), la idea surgió en la mente del escritor británico como excusa para poder deshacerse del personaje titular. En ese momento la figura del detective se había convertido en un fenómeno popular. Uno tan grande que prácticamente eclipsaba al resto de la obra de Conan Doyle. Tras resucitar al personaje años más tarde por una abrumadora petición popular –incluso la reina Victoria se lo pidió personalmente-, el archienemigo de Sherlock apenas sería mencionado en un puñado de historias más, y sin tener en realidad ninguna aparición física.
Es posible que el impacto de Moriarty estuviera justificado únicamente por haber acabado con la vida de Sherlock -al menos temporalmente- y porque el detective lo consideraba un rival a la altura de su propia inteligencia. Cuando Conan Doyle creó al villano, el detective ya había demostrado su superioridad intelectual en los distintos casos rocambolescos que había resuelto. Como presentación de personaje, es probable que Moriarty no necesitara mucho más.
Desde entonces, el personaje ha tenido diversas reinterpretaciones. Igual que el detective. Desgraciadamente, ninguna de ellas trascendería del mismo modo que lo harían otros Sherlock. Como, por ejemplo, Basil Rathbone -”La garra escarlata” (Roy William Neill, 1944)- o Peter Cushing -”El perro de Baskerville” (Terence Fisher, 1959)-. El más popular quizás sería la versión interpretada por Andrew Scott en la televisiva “Sherlock” (2010-2017).
Elevando las dosis
Existe una máxima según la cual la razón de ser de las secuelas es ofrecer lo mismo que su predecesora, pero en mayores dosis. Quizás fuera James Cameron con su “Aliens, el regreso” (1987) quien iniciara dicha tendencia.
En la primera entrega de esta reimaginación de la creación de Arthur Conan Doyle se apostaba por un toque más juvenil y moderno del personaje. El director inglés daba rienda suelta a sus tics cinematográficos, explotados ya en otras películas de su filmografía, para narrar las aventuras del detective junto a su inseparable amigo Watson. Así, a lo largo de la narración se suceden ralentís diversos, voces en off, roturas en la narración, o montajes paralelos entre otros recursos. Tanto para agilizar la narración como para trasladar en pantalla el ingenio del detective. En “Sherlock Holmes: Juego de sombras” Ritchie no solo repite recursos, si no que maximiza su uso hasta la saciedad. Lo mismo se puede llegar a decir de un Hans Zimmer que repite motivos, en una composición que amplía el uso de tonos gitanos y eslavos por motivos puramente narrativos.
Esto es lo que predomina a lo largo del metraje, por encima de cualquier tipo de esfuerzo narrativo o dramático.
«Lo que queda esencialmente en ‘Sherlock Holmes: Juego de sombras’ es un ejercicio de estilo que eclipsa el poco esfuerzo puesto en el desarrollo narrativo de una premisa y unas ideas harto interesantes. Como se trata de una película de ritmo ágil, el título cumple en su función de blockbuster.»
Sin ser nada malo por si mismo, quizás sí resulta cuestionable haber convertido esta secuela en un simple ejercicio de estilo cuando se tiene entre manos una premisa tan potente como el cara a cara entre Sherlock y Moriarty. El guión firmado por Kieran y Michele Mulroney sintetiza dicho conflicto en apenas un puñado de escenas repartidas a lo largo de su metraje. El resto de la narración coge cuerpo con unas subtramas y un sentido de la aventura que llevan a los personajes por Europa… Al fin y al cabo, los relatos originales ya tenían mucho de aventuras con misterio incluído.
Sea como sea, si en todo el barullo audiovisual hay algo destacable, es en como Ritchie resuelve las deducciones de Sherlock. El director decide hacerlo visualmente, mediante pura planificación y puesta en escena, en lugar de la verborrea habitual del personaje.
Repitiendo en Sherlock Holmes: Juego de sombras
Con sus cosas, “Sherlock Holmes” se trataba de un thriller comercial bastante solvente. Su atractivo principal recaía en el carisma de sus dos protagonistas: Robert Downey Jr y Jude Law. Una química entre actores que vuelve en esta segunda entrega, siendo de nuevo de lo mejor de la propuesta. Kelly Reilly y Rachel McAdams también repiten en sus respectivos roles de Mary Morstan e Irene Adler.
Al reparto original se les unen Stephen Fry, Jared Harris, Noomi Rapace y Paul Anderson. En lo que es una inspirada decisión de casting dado su parecido físico con las ilustraciones de Sidney Paget, en “Sherlock Holmes: Juego de sombras” Fry se convierte en Mycroft, el hermano mayor de Sherlock. De mayor inteligencia, su falta de vitalidad y su compromiso hacia el gobierno le impiden ayudar más a su hermano en sus misterios. El actor le da un punto carismático y humorístico más apropiado con el tono desenfadado y, nuevamente, adolescente de la película, que con el corte aristocrático visto en los relatos.
Por su parte, Harris se convierte en Moriarty. Si bien dista del villano descrito en “El problema final”, el actor sabe darle una elegancia al personaje que, junto a su porte siniestro, construyen una presencia demoníaca creíble. Como se ha apuntado antes, lo peor del personaje es lo desaprovechado que se siente una vez se llega a los créditos finales. Moriarty encuentra a su mano derecha en el hierático personaje interpretado por Anderson.
Rapace posiblemente se lleva la peor parte. No es tanto que la actriz no llegue a tener el mismo magnetismo que el resto de sus compañeros, si no que le toca un personaje poco interesante, en una subtrama también falta de interés.
El problema final
Como ya sucediera en la entrega anterior, “Sherlock Holmes: Juego de sombras” vuelve a hacer hincapié en la situación política y social del momento. Situada a finales del siglo XIX, la historia hace referencia a las crecientes tensiones entre las distintas potencias mundiales, y en como Moriarty se aprovecha de ello para acelerar lo que en la realidad terminaría siendo -apenas un par de décadas más tarde- la Primera Guerra Mundial. Aunque no dejan de ser simples menciones, tienen el interés y trascendencia suficientes como para convertirse en un atractivo añadido de la película.
Así, lo que queda esencialmente es un ejercicio de estilo que eclipsa el poco esfuerzo puesto en el desarrollo narrativo de unas ideas interesantes. Como se trata de una película de ritmo ágil, el título cumple en su función de blockbuster. Sin embargo, el choque entre héroe y villano prometido en los breves encontronazos entre ambos queda desdibujado ante los excesos de artificio que se suceden durante la narración. Siendo con diferencia lo más interesante de la propuesta, definitivamente la película se hubiera beneficiado de un mayor centro en ellos dos… Y menos en todas las demás subtramas que no hacen más que alargar el metraje de un modo superfluo.
Si la primera entrega ya apuntaba a un Sherlock más heróico de la habitual, aquí se incrementa todavía más. Se trata de una iteración que seguramente será recordada por lo distinto que se siente respecto a todas las demás versiones vistas hasta ahora.