Del libro a la gran pantalla
Resulta irónico que de todas las novelas que Arthur Conan Doyle escribiera sobre Sherlock Holmes, sea “El perro de los Baskerville” (1901) la que calara más profundamente. Ironía, además, por varios motivos. Primeramente, se trata de la primera historia que el escritor redactó tras matar el personaje en el relato “El problema final” (1893), pues Doyle necesitaba una excusa para dejar de escribir historias de un personaje cuya popularidad excedió todo lo que pudiera haber imaginado.
En segundo lugar, es una historia en la que el escritor aleja a su personaje de sus raíces originales. No solamente lo saca de la ciudad de Londres, sino que además el detective desaparece durante parte de la narración, y aleja el tono aventurero propio de los relatos anteriores para sumergir el conflicto en un contexto de terror gótico tan de moda por aquellas fechas.
Quizás precisamente debido a estos toques terroríficos, “El perro de los Baskerville” es la historia de Sherlock Holmes más adaptada a medios audiovisuales, ya sea en el cine o en la pequeña pantalla. Y una de las adaptaciones más populares, si no la mejor, es aquella protagonizada por quien terminaría siendo uno de los mejores actores en interpretar a este personaje de mente fría y perspicaz: Basil Rathbone. Estrenada en 1939 con dirección de Sidney Lanfield, y tras la breve etapa de Arthur Wontner como el detective («El valle del miedo«, 1935), sería la primera película de un total de trece entregas protagonizadas por el curtido actor inglés junto al controvertido Nigel Bruce en el papel del fiel doctor John Watson.
Intelecto frío vs Maldiciones sobrenaturales
La narración arranca como si de una monster movie se tratara. Una persona huye despavorido por el bosque de una presencia terrorífica que no podemos ver. De ahí, la acción salta a Londres. Concretamente a la calle 221B de Baker Street, donde Sherlock Holmes y John Watson esperan la llegada de un potencial cliente. Este será el doctor James Mortimer (Lionel Atwill), quien les hablará de una maldición sobrenatural que asola la familia de los Baskerville, cuyo último descendiente vivo, Sir Henry (Richard Greene), está de regreso a Inglaterra para heredar la mansión y la riqueza de su familia. Su objetivo será contratar los servicios del detective para resolver la verdad detrás de la historia y poner a salvo la vida de Henry.
“ ’El perro de los Baskerville’ bien puede ser una de las mejores adaptaciones a la gran pantalla de un personaje que ha tenido la suerte de contar con producciones generalmente de gran calidad”
Viendo el gran cuidado del diseño de producción, bien se puede pensar que la Fox quería competir con las producciones de terror de la Universal, como “Drácula” (Tod Browning, 1931) o “La momia” (Karl Freund, 1932). Al igual que se diría en el futuro de las innumerables producciones de la Hammer, uno de los mejores aspectos de “El perro de los Baskerville” es su cuidada mezcla de escenarios reales y sets en plató. Aunque la historia empieza en Londres, no se tarda mucho en trasladar la acción a Dartmoor, unos páramos extensos y tenebrosos donde es mejor no pasear de noche.
Así, el director Sidney Landfield trabaja juntamente con el director de foto J. Peverell Marley y el decorador de sets Thomas Little para construir una atmósfera gótica, salvaje y llena de niebla. Se busca aumentar la sensación de terror de la novela, incrementada además por la inclusión de elementos sobrenaturales ajenos al libro, como una sesión de ocultismo.
El equipo de «El perro de los Baskerville»
Landfield se rodea también de un reparto de lujo. Los ya mencionados Atwill y Greene, y también Wendy Barrie, John Carradine o Barlowe Borland, todos ellos estrellas en su época. Sin embargo, y a pesar de no tener acreditación principal en la película, si todo ello funciona tan bien es gracias a la presencia de dos figuras tan carismáticas como Rathbone y Nigel. Esta sería la primera vez que ambos actores interpretarían a sendos personajes. Vivirían muchas aventuras diferentes a lo largo de las décadas. Sin embargo, curiosamente, esta primera incursión en el mundo de Arthur Conan Doyle se erige como la mejor de ellas, con el perdón de su siguiente aventura: “Sherlock Holmes contra Moriarty” (Alfred L. Werker, 1939).
Rathbone define ya en esta película su versión del personaje, considerada por muchos como una de las mejores encarnaciones habidas. Aunque quizás es demasiado majestuoso, perfecto y heroico teniendo al original literario de referencia, el actor hace creíble muchas de las facetas del personaje. Ya sea su brillantez absoluta, la mirada penetrante e inquisitiva, o su inquietud, no solamente mental sino también física. Porque Sherlock también era un hombre de acción. Siempre estaba físicamente preparado para detener a criminales, para vivir aventuras o para pasar desapercibido gracias a sus dotes con el disfraz.
Independientemente de unas diferencias creativas respecto al original, que tampoco suponen un problema porque estamos hablando, al fin y al cabo, de una adaptación, es innegable el magnetismo del actor inglés cada vez que aparece en pantalla. Uno casi se olvida de todo lo demás por el placer de verle interpretar tan bien un personaje tan carismático y lleno de facetas. Con esta historia, Rathbone da rienda suelta a sus dotes dramáticas, cómicas y también físicas.
Un Watson un tanto descafeinado
Lo más criticable es la representación de Watson. No es problema del actor, ni mucho menos, pues Bruce demuestra tener una gran vis cómica. Sin embargo, esta versión del personaje es más corazón que cabeza. Aunque esto no tendría que ser algo destacable, hace cuestionar porque alguien del intelecto de Sherlock confiaría en alguien tan patoso y corto de miras para sus innumerables casos. Se trata de una iteración del personaje muy alejada del original literario, quién era un personaje en realidad inteligente y muy capaz. Lo peor es que esta vena cómica se iría potenciando gradualmente película a película, hasta convertirlo en un auténtico bufón, cuya principal razón de ser sería ser el alivio cómico de la historia.
Pero también serviría para otra función narrativa. Toda la etapa de Rathbone en este papel son producciones de serie B, y, como tal, muchas de ellas son de lo mejor que puede haber. Sin embargo, un aspecto mejorable que tienen, y que “El perro de los Baskerville” tampoco se salva, es que, tratándose de una historia detectivesca, hay muy poca investigación de por medio. No solo esto, sino que en muchas ocasiones esta versión de Sherlock es inteligente no tanto por su capacidad deductiva, sino porque todos los que le rodean carecen de muchas luces. De nuevo, en esta adaptación está suavizado, pero se iría incrementado en futuras entregas.
Una adaptación ejemplar
En resumen, “El perro de los Baskerville” bien puede ser una de las mejores adaptaciones a la gran pantalla de un personaje que, teniendo una cuantiosa cantidad de adaptaciones cinematográficas y televisivas, siempre ha tenido la suerte de contar con producciones generalmente de gran calidad. A pesar de no ser la historia más fiel a la imagen popular del personaje, cuenta con una de las historias más interesantes, un diseño de producción, para su época, excelente, y por lo que respecta al histórico dúo protagonista -pese a todo-, estamos ante la que probablemente sea su mejor colaboración.