Si “Venom” (Ruben Fleischer, 2018) fue indicativo de algo, es de que Sony Pictures parece estar dispuesta a desarrollar sus propios proyectos basados en el universo de Spiderman más allá de sus colaboraciones con Marvel Studios. “Spiderman: Un nuevo universo” no parece más que corroborarlo con el gran golpe en la mesa que se ha marcado la productora. Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman y Phil Lord forman el equipo creativo de esta nueva propuesta, que no deja de ser otra película de orígenes. La diferencia en este caso reside en que, lejos de acomodarse en la formula explotada, consiguen meter elementos originales que no solo la hacen destacar muy por encima de la media, sino que consiguen ensalzar la formula como una necesaria y de mensaje positivo que han carecido la mayoría de ellas.
Hagámoslo una vez más…
Cuando conocemos a Miles Morales (voz de Shameik Moore), se trata de un adolescente con los problemas habituales de su edad. Necesita ser su propia persona y no esconde su vena rebelde contra la autoridad. Aparte, tiene una gran creencia en Spiderman, el amigo y vecino que todos conocemos. Sin embargo, todo cambiará después de que le pique una araña radioactiva que le dará los poderes de su admirado héroe. Esto desatará toda una sucesión de acontecimientos que le confrontarán directamente contra un gigantesco Wilson “Kingpin” Fisk (voz de Liev Schreiber) a la vez que encontrará a nuevos aliados para hacer frente al villano.
El equipo detrás de la película es muy consciente de lo que se trae entre manos. Sabe de la saturación que puede provocar una cuarta iteración del hombre araña en menos de dos décadas. Es precisamente debido a esto que apuesta por la comedia y la autoreferencia. Tiene un tono autoconsciente que bien puede recordar a “Deadpool” (Tim Miller, 2016) pero ejecutado aquí de un modo mucho más inteligente. Sin embargo, es mejor dejar claro un aspecto importante: a diferencia de “Spiderman: Homecoming” (Jon Watts, 2017), la última película del personaje estrenada en cines, ese tono cómico sirve como contrapunto necesario para un fondo dramático mucho más contundente, trágico y triste de lo que cabría esperar de una producción de estilo pop-art.
Spiderman(s)
Como bien se nos cuenta a lo largo de la película, se juega mucho con la idea de la soledad, el concepto de que en realidad nadie está solo en el mundo por mucho que a veces dé esa sensación. Por ello es muy importante la aparición de los distintos aliados del héroe principal presentados durante el metraje, quienes se presentan y desarrollan en forma de gag a partir de sus rasgos definitorios más básicos.
Son personajes con un propósito concreto y claro, y lejos de dar la sensación de estar de más, se vuelven en piezas indispensables para el todo, para el conjunto general que forma la película, y que hoy en día se suele olvidar a favor del fanservice más descarnado. Sin entrar en detalles de roles, se debe aplaudir el trabajo realizado por Jake Johnson, Hailee Steinfeld, Nicolas Cage, Liev Schreiber y John Mulaney.
Nada de eso sería tan efectivo sin la caracterización tan cercana y carismática de Miles Morales, y la interpretación de Moore. La película no tiene tapujos en presentarnos a un adolescente con todas sus contradicciones e inseguridades propias de la edad. Aunque inmaduro en algunas cosas, tiene rasgos y actitudes positivas que saca de todas las personas a las que admira. Esta muy lejos del Peter Parker aniñado y egoísta que nos presentan en “Spiderman: Homecoming”. Es, sin duda, uno de los superhéroes más identificables que se han visto en la gran pantalla en mucho tiempo.
Creando un estilo visual único
Punto aparte merece el estilo visual creado para la ocasión, con el que se apuesta por una estética única y original. Ello suma al conjunto de la experiencia cinematográfica por su poder visual, nunca en detrimento de la narrativa, sino para potenciar la sensación de estar viendo la adaptación de un cómic a la gran pantalla. Es posible que no haya ningún precedente animado que se acerque a lo conseguido aquí. Se ha diseñado desde cero tanto la animación de los personajes como el juego de colores y pigmentación utilizado a lo largo de toda la película.
Así, veremos viñetas con dialogo para los pensamientos de los personajes. Además, un estilo como de acabado de cómic con contornos, sombreados, juegos de colores y puntos de imprenta. Todo esto remite directamente al aspecto visual de los cómics de antaño. Los desenfoques no son tal, sino que toman el aspecto de aberraciones fotográficas. En el último acto ese desenfreno colorido puede llegar a niveles tan psicodélicos que podrían distraer de la narración principal, pero en el resto del metraje hay un equilibrio excelente entre el gusto visual y la historia.
Sin duda, un gran contraste respecto lo ofrecido por el género actual, empeñado en hacernos creer que la desaturación y los tonos grises son intrínsecos a unas historias que, paradójicamente, nacieron con el colorido que ahora se está empezando a recuperar. No solo con lo visto aquí, sino también en producciones recientes como “Thor: Ragnarok” (Taika Waititi, 2017) y, a tenor de los avances y posters dado que todavía no ha sido estrenada, “Aquaman” (James Wan, 2018).
En resumen…
“Spiderman: Un nuevo universo” no solo abraza la idea de película de orígenes, sino que la valora como una historia necesaria para hacernos recordar que cualquiera puede ser un héroe. Una intención que le viene como anillo al dedo a un personaje supuestamente cercano como Spiderman (sea Peter Parker o Miles Morales). Además, ensalza el cine de superhéroes en general, como ya hiciera Christopher Nolan en su irregular “El caballero oscuro: La leyenda renace” (2012).
Así pues, “Spiderman: Un nuevo universo” no es solamente la mejor película de superhéroes del año, sino que además se alza como la mejor película del hombre araña desde “Spiderman 2” (Sam Raimi, 2004). Se desmarca de todas las versiones previas sin ignorarlas del todo, e intenta hacer algo nuevo y diferente en lugar de intentar recuperar la magia del título firmado por Raimi. Es más, tras casi tres décadas intocable, también consigue erigirse como la mejor película de animación de superhéroes poniéndose a la altura de, o superando, a “Batman: La máscara del fantasma” (Bruce Timm & Eric Radomski, 1993). En definitiva, no os la perdáis.