En busca de las reliquias perdidas
Este es el principio del fin. Una década después del estreno de la adaptación de “Harry Potter y la piedra filosofal” (Chris Columbus, 2001), la primera novela en la exitosa saga creada por J.K. Rowling, es en 2010 cuando llega a las salas la primera parte, de un total de dos, encargadas de adaptar el último libro, titulado “Harry Potter y las reliquias de la muerte” (2007). Al frente de ella repetiría por tercera -y penúltima- vez el director David Yates, mientras que Steve Kloves también repetiría en funciones de guion tras haber adaptado casi todas las novelas. El título, simplemente “Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 1”.
Albus Dumbledore (Michael Gambon) ha muerto. El último gran mago capaz de hacer frente a Voldemort (Ralph Fiennes) ya no sigue vivo para retrasar sus nefarios planes. Cuando el miedo, la paranoia y la incertidumbre se apoderan de todo el mundo, ningún sitio parece lo bastante seguro. Ni tan solo el otrora bastión inconquistable que era la escuela Hogwarts. Así lo saben Harry (Daniel Radcliffe), Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson), quienes deciden no asistir a la escuela ese año para sumergirse en un viaje por Inglaterra en busca de los Horrocruxes, unos misteriosos objetos que podrían resultar clave para derrotar de una vez por todas a Voldemort.
Un viaje hacia la nada
Con esta primera parte de “Harry Potter y las reliquias de la muerte” el director David Yates sigue con su intención de dar un toque diferente a cada película, quizás para satisfacer la intención original de la productora Warner Bros de ir cambiando de director cada una o dos películas para que cada uno de ellos diera su propio estilo. Si en “Harry Potter y la Orden del Fénix” (2007) Yates parecía mezclar, con mejores o peores resultados, los mejores elementos de las entregas anteriores; y en “Harry Potter y el misterio del príncipe” (2009) quería dar un tono mayoritariamente apesadumbrado; ahora se decanta por una dirección más contemplativa, apocalíptica y, en algunas escenas, terrorífica.
En “Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 1” se respira un aire fatalista de incertidumbre desde el minuto uno. Yates y Kloves pretenden sumergir a sus protagonistas en un vacío existencial, producto tanto de las dudas y miedos típicos de la adolescencia, como del peligro real al que se enfrentan. Es en esa búsqueda de los Horrocruxes, unos objetos mágicos imbuidos de energía vital de Voldemort, que los tres jóvenes protagonistas vagan por el mundo mágico desamparados al estar, por primera vez en la franquicia, desprotegidos de cualquier tipo de figura paternal. Saben lo que tienen que hacer, pero ignoran completamente los pasos a seguir para conseguir su objetivo.
«‘Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 1′ redunda en un trabajo lleno de intención, claramente apetecible para la legión de fans que ha cosechado la franquicia, pero que quizás alineará al resto de público, quienes no encontraran ningún agrado en la historia»
Es en esa falta de un camino claro lo que permite que la narración se pause en varios momentos para que los personajes puedan tener sus momentos de introspección y reflexión sobre donde están y hacia donde van. Todo ello remarcado claramente en unas huidas hacia la nada que realizan los personajes durante la narración, retratadas además con unos cielos tormentosos y apocalípticos. Cabe destacar aquí la dirección de fotografía de Eduardo Serra. Se trata de una intención alejada de la inocencia de las primeras entregas.
Una de cal y otra de arena
Se trata de una estructura sin duda novedosa para una franquicia que parecía seguir siempre la misma pauta. Sin embargo, ello también conlleva un sacrificio importante: la falta de un secundario recurrente que anime la función. Cada entrega tiene un nuevo personaje secundario protagonizado por algún actor de renombre. Suelen ser personajes coloridos y/o carismáticos, y sirven para dar un poco de energía a un trío protagonista que no siempre está a la altura. Emma Watson es la mejor en drama, Rupert Grint demuestra algo más de rango, pero a Radcliffe le sigue faltando algo más a su interpretación.
Como mucho, y casi como siguiendo el ejemplo de las road movies, durante sus viajes se van topando con distintos personajes que, más o menos, cumplen esa misma función. Además, aunque ellos tres son el foco principal de la historia -incluso más que en entregas anteriores-, la película está salpicada de subtramas y otros recursos que ofrecen atisbos de la situación general del mundo.
A parte del trabajo de fotografía, cabe destacar también la composición de Alexander Desplat. El compositor inglés se une al grupo de músicos que han pasado por la franquicia, a contar: John Williams, Patrick Doyle y Nicholas Hooper. Afortunadamente, Desplat ofrece el mejor trabajo de la saga tras la marcha de Williams tras “Harry Potter y el prisionero de Azkaban” (Alfonso Cuarón, 2004). Desplat prefiere una composición más emocional que en entregas anteriores, como en “Ron’s Speech” y “Harry and Ginny”, sin olvidarse de temas más cómicos como “Ministry of Magic” o de momentos más dinámicos, como “Sky Battle”. No tiene la opulencia de Williams, decantándose por un minimalismo general. Lejos de denotar poca profundidad musical, en este caso parece más bien decisión estilística para ir en sintonía con el tono general.
La calma antes de la tormenta
Todo ello redunda en un trabajo lleno de intención, claramente apetecible para la legión de fans que ha cosechado la franquicia, pero que quizás alineará al resto de público, quienes no encontraran en “Harry Potter y las reliquias de la muerte – parte 1” ningún agrado en la historia. Probablemente encontraran excesivo y desmesurado el tono general de la propuesta, además de tener pocos momentos dinámicos o set pieces para animar la función. Sin ser ni mejor ni peor, se trata de un claro ejemplo del concepto de “calma antes de la tormenta”, puesto que toda la carne termina estando en la segunda parte.