De Ghibli a Ponoc
Durante mucho tiempo el estudio Ghibli se ha visto como el gran orgullo del cine de animación japonés. Aún más las películas realizadas por Hayao Miyazaki (“Nausicaä del Valle del Viento”, “La princesa Mononoke”, “El viaje de Chihiro” o “El castillo ambulante”) y por Isao Takahata (“La tumba de las luciérnagas”, “Recuerdos del ayer” o “El cuento de la princesa Kaguya”). Sin embargo, el tiempo no pasa en balde, y tras el retiro –finalmente temporal- del primero, y el reciente fallecimiento del segundo, el famoso estudio cerró las puertas de su departamento de producción. Esto es, hasta poco tiempo después cuando Miyazaki anunciara su regreso a la dirección.
¿Qué pasó con todo el talento joven que se quedó sin trabajo? Pues que se reunieron y decidieron formar un nuevo estudio de animación llamado Ponoc. “Mary y la flor de la bruja” es su primer film, dirigido por Hiromasa Yonebayashi, el mismo que realizara bajo la producción de Ghibli las películas “Arriety y el mundo de los diminutos” (2010) (con guion de Miyazaki) y “El recuerdo de Marnie” (2014).
La película nos introduce las aventuras de la pequeña Mary Smith, quien vive en una casa de campo junto a su tía abuela Charlotte. Vive una vida apacible, tranquila, sin apenas altibajos… Al menos hasta que un día decide seguir a un gato hasta un bosque, donde encontrará una flor azul y una escoba que la transportaran a un lugar misterioso en medio de las nubes.
Magia y hechicería
Ponoc parece querer postularse como el heredero natural del cine establecido por Ghibli tal como se desprende del estilo de animación, el tipo de historia y el diseño de los personajes. Del mismo modo que hiciera el veterano estudio en numerosas producciones, “Mary y la flor de la bruja” se trata de la adaptación de una novela europea. En este caso de “The Little Broomstick” (1971) de Mary Stewart, cuya premisa no guarda pocos parecidos con la serie de novelas de Harry Potter que J.K. Rowling escribiría décadas más tarde, aunque con algunos giros en los lugares comunes para no caer en la repetición de tramas.
Así, se nos presenta a la pequeña Mary como una niña un tanto torpe con ganas de demostrar su valía. Es una historia simple y directa sobre crecimiento y descubrimiento personal en un mundo donde la magia existe escondida en lugares donde los seres humanos normales no pueden acceder. A partir de esta premisa van apareciendo un puñado de personajes secundarios limitados a papeles al servicio del avance de la trama, y que protagonizan escenas de exposición directas y sinceras.
Viviendo en la sombra de los gigantes
“Mary y la flor de la bruja” se trata, sin más, de una correcta película de animación para los más pequeños de la casa, pero quizás con poco atractivo para un público más adulto. ¿Se trata esto de un problema? Ciertamente no debería de serlo. Sin embargo, es su intención de hacerse pasar por los sucesores de las obras de Miyazaki y Takahata lo que les traiciona, pues la película tiene la forma de aquellas, pero no se acerca, ni por asomo, a su fondo.
Durante mucho tiempo se ha asimilado el cine de Miyazaki como sinónimo del modo de hacer de todo el estudio Ghibli, cuando en realidad solamente ha sido el director más popular de los que han trabajado ahí. Sin ir más lejos, el cine de Takahata siempre buscó un estilo más realista para unas historias menos fantásticas, creando así un cine reconocible del director. No pasó lo mismo con los realizadores más jóvenes como el propio Yonebayashi o Yoshifumi Kondô, quienes efectivamente tomaron prestados el estilo de Miyazaki. Ahora, Yonebayashi ha decidido seguir adelante con el mismo estilo. Entre ello y el diseño de los personajes, no son pocas las veces que recuerdan a otras películas, en especial a la entrañable “Nicky, la aprendiz de bruja” (Hayao Miyazaki, 1989). La misma imagen de la protagonista montada en escoba y con un gato negro al lado es testimonio de ello.
En busca de una voz propia
Sin embargo, “Mary y la flor de la bruja” no es una película del estudio Ghibli, y el nombre de Miyazaki no figura acreditado en ningún sitio. Así pues, ¿se puede justificar el uso de ese estilo visual que no pertenece al estudio Ponoc? Yonebayashi no es Miyazaki, ni tiene que serlo, del mismo modo que Ponoc no es Ghibli, y puede ser mejor que no lo sea nunca. Quizás lo mejor para ellos, y el cine de animación en general, es que éste nuevo estudio encuentre su propio estilo, su propia voz, para poder encontrar su verdadero sitio más allá de la sombra de otros.
Puede que esta apreciación sea un poco injusta porque el trabajo realizado aquí es muy sólido: colores vivos, vibrantes y diversos, diseños trabajados, buena animación… Amén de tratarse de una primera producción de un estudio de reciente creación. Pero, por otro lado, el que remita a algo tan emblemático supone una espada de doble filo porque finalmente caen en la categoría de “un quiero y no puedo que se les parece”.
Correcta, sin más
En resumen, “Mary y la flor de la bruja” se trata de una película de animación correcta, muy disfrutable para los niños. Además, también es un prometedor despegue de un nuevo estudio de animación… Si con el tiempo consiguen encontrar su propio modo de hacer.